21/09/2025
LA VERGÜENZA DEL SOMBRERO VERDE
En medio del bullicio del carnaval del pueblo, entre tambores, lentejuelas y niños con espadas de plástico, caminaba Renato con su sombrero verde fosforito y una chaqueta naranja chillona. Nadie entendía su atuendo. Tampoco él.
—Abuelo, ¿por qué llevas eso? —preguntó su nieta, Martina, de 11 años, escondiéndose detrás de un puesto de churros.
Renato se encogió de hombros.
—Porque prometí que un día, cuando estuviera realmente libre, saldría a la calle vestido como me diera la gana.
—¿Libre de qué?
—De la opinión de los demás.
Ella lo miró como se mira a alguien que está medio loco… pero te cae bien.
Renato había sido sastre toda su vida. Elegante, sobrio, silencioso. Diseñaba trajes para políticos, profesores y novios nerviosos. Siempre con gris, azul marino, negro.
Pero tras la muerte de su esposa, y después de su jubilación, algo dentro de él cambió.
Un día encontró en el fondo de un baúl un sombrero verde que ella le había regalado en una feria. Lo habían comprado entre risas, con una copa de vino en la mano y un baile improvisado entre puestos de madera.
—¡Póntelo! —le había dicho ella—. ¡Te hace parecer un ladrón de arcoíris!
Nunca se atrevió.
Pero ahora sí.
Así que allí estaba: caminando por el carnaval con ese sombrero ridículo, con la cara en alto y la risa suelta.
—¿Y si la gente se ríe de ti? —insistió Martina.
—Pues que rían. Al menos no lloran.
En ese momento, una señora con una máscara de gato se le acercó.
—Disculpe, ¿puedo hacerle una foto?
—¿A mí?
—Sí. Es que va vestido como si la vida fuera un chiste que solo usted entiende. Y eso… es hermoso.
Martina abrió los ojos como platos.
—¿Viste eso? ¡Eres viral, abuelo!
—No sé lo que es eso —respondió él—. Pero suena a fiebre.
Se pasaron la tarde comiendo algodón de azúcar, viendo comparsas, lanzando confeti. Martina terminó poniéndose una peluca azul y unas gafas de corazón.
—¿Y ahora tú qué? —dijo Renato.
—Estoy probando tu medicina —respondió ella—. Es contagiosa.
Al final del día, al sentarse en la plaza, Renato sacó una nota doblada del bolsillo de su chaqueta naranja.
—Tu abuela me dejó esto antes de morir. No la abrí hasta hoy.
La leyó en voz baja.
“Prométeme que algún día te pondrás ese sombrero. Y cuando lo hagas, no lo hagas por mí. Hazlo por ti. Porque a veces, la única manera de honrar a quien amamos… es atreviéndonos a vivir distinto.”
Renato cerró los ojos. Respiró hondo. Y sin decir nada, le colocó el sombrero verde a su nieta.
—Ahora es tu turno. Pero cuidado… ser uno mismo es adictivo.
Y ella, por primera vez, ya no quiso esconderse detrás de los churros.
Porque en un mundo que pide filtros, disfraces y silencios…
…a veces el acto más valiente es vestirse de verdad.