12/01/2025
“La Noche en que Hablé con un Ahorcado”
De las historias paranormales que mi madre me contaba de niño, hay una en particular que siempre lograba erizarme la piel. Es un relato sobre mi abuelo Manuel, y un extraño suceso que vivió poco después del fallecimiento de su madre.
Todo comenzó una calurosa tarde de verano en Parral, Chihuahua. Mi abuelo, decidido a distraerse, se estaba arreglando para asistir a un baile, a pesar de que apenas había pasado un mes desde la muerte de mi bisabuela.
—Manuel, ¿cómo es que te preparas para ir al baile si nuestra madre acaba de morir? Debemos guardar luto por un año —le reprochó su hermana.
—Estás loca. Guárdalo tú si quieres, pero para mí un mes es suficiente.
—Te puede pasar algo, no vayas —insistió ella.
Sin prestar atención a las advertencias, mi abuelo ensilló su caballo y partió rumbo al baile.
La noche avanzaba tranquila hasta que un altercado con algunos asistentes lo obligó a retirarse, algo afectado por las copas. En el camino de regreso, se detuvo junto a un árbol para orinar cuando una voz amistosa lo sorprendió desde lo alto.
—¡Buenas noches, amigo! —saludó aquella voz.
—Buenas noches —respondió mi abuelo, intrigado.
—¿Cómo le fue en el baile?
—Bien, aunque unos tipos me la hicieron de pleito.
—¿No me regalaría un cigarro?
—Claro, amigo, faltaba más.
Mi abuelo le ofreció un cigarro y la conversación se prolongó. Sin embargo, le resultaba extraño que aquel hombre no bajara del árbol.
—Bájese para platicar más a gusto —insistió.
—No, amigo, aquí estoy bien.
De repente, mi abuelo recordó que no le había encendido el cigarro.
—Déjeme prendérselo —dijo mientras sacaba unos cerillos.
Al iluminar al extraño con la tenue llama, lo que vio le heló la sangre: era un hombre colgado del árbol. Sin pensarlo dos veces, mi abuelo montó a su caballo y salió al galope, casi desfalleciendo del miedo.
Más adelante, se detuvo para recoger piedras; sabía que debía cruzar por un paraje donde siempre aparecían perros agresivos. Como era de esperarse, los animales salieron a su encuentro, y mi abuelo comenzó a arrojarles piedras. Uno a uno se dispersaron, excepto un enorme perro negro que no cedía. La tensión desató el pánico del caballo, que tiró a mi abuelo al suelo dejándolo inconsciente.
Al cabo de unos minutos, una voz familiar lo despertó.
—¡Manuel, despierta!
Era su madre. Incrédulo y aturdido, mi abuelo apenas podía procesar lo que veía.
—Amarré tu caballo en el mezquite. Pórtate bien, Manuel —le dijo antes de desvanecerse.
Cuando recuperó completamente la conciencia, no sabía si había sido un sueño o una aterradora realidad. Pero el caballo, justo como su madre había dicho, estaba amarrado bajo el mezquite.