21/11/2024
La leyenda del Cadejo: Un encuentro nocturno
Hace muchos años, en un pequeño pueblo de Guatemala, vivía un joven llamado Juan. Era conocido por ser un hombre fuerte y valiente, pero también por su inclinación a la bebida y a las malas compañías. Después de un largo día de trabajo en los campos, Juan solía ir al pueblo a beber con sus amigos, olvidando el tiempo hasta bien entrada la noche.
Una tarde, como tantas otras, Juan salió del bar tambaleándose, dejando atrás las risas y las voces de sus amigos. El viento frío de la noche lo acarició la cara, y el sonido de sus pasos sobre el camino polvoriento parecía solitario. El pueblo se encontraba lejos y la carretera de regreso a su casa era oscura y solitaria, rodeada de árboles y montañas.
De repente, en medio de la oscuridad, escuchó un sonido extraño, como un suave susurro. Miró hacia adelante, pero no vio nada más que las sombras que se alargaban con la luna. Sin embargo, a medida que avanzaba, comenzó a sentir que no estaba solo. En la penumbra, una figura comenzó a materializarse: un perro grande, con el pelaje tan blanco como la nieve, brillando suavemente bajo la luz de la luna.
El perro lo miraba fijamente, y aunque Juan intentó seguir su camino, algo en su interior lo detenía. El perro parecía estar esperando, como si quisiera decirle algo. Durante unos segundos, se produjo un extraño silencio entre ellos. El perro, al ver que Juan lo miraba confundido, se acercó lentamente y, con una mirada de bondad, le mostró el camino a seguir.
Juan, sintiendo una inexplicable calma, decidió seguir al perro, que lo guiaba por un sendero oculto entre los árboles. Después de un rato, llegaron a una pequeña colina desde donde se podía ver todo el pueblo, iluminado por las luces de las casas. El perro se detuvo en la cima y lo miró fijamente una vez más, como si le estuviera indicando algo.
"Gracias por ayudarme," murmuró Juan, tocando el collar del perro, que no parecía tener. Fue entonces cuando el perro, con una mirada serena y protectora, desapareció en la niebla de la noche, dejando a Juan solo, pero ahora con una sensación de paz que nunca había experimentado antes.
Desde esa noche, Juan nunca volvió a beber ni a vivir de manera irresponsable. Cada vez que caminaba por esa misma senda, sentía la presencia del Cadejo Blanco, su protector, que lo guiaba y le recordaba que la vida no solo se trata de disfrutar del momento, sino de aprender a ser una mejor persona.