30/04/2021
Los registros akáshicos a la luz de la Teosofía
Juan Ramón González Ortiz
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No hace muchos días, me detuve, sin otro motivo, en una librería de la localidad en la que resido. Se trataba de una librería especializada en esoterismo. En el caso todos estos comercios, al arrimo del esoterismo, también florece ahora la adivinación, las terapias psíquicas más extrañas, el vegetarianismo más peculiar, el culto a la naturaleza, la sistemas de curación más peregrinos que uno se pueda imaginar, el tarot en todas su variedades, y demás disciplinas que poco o nada tienen que ver con el esoterismo. Uno de los temas que más abundantemente vi representado fue el de cómo capacitarse para poder leer los anales akáshicos. Parece ser que esta es una disciplina tan sencilla que cualquiera puede estar preparado en algunos días. Uno de esos libros prometía que en pocas semanas uno ya estaría en disposición de poder asistir al as*****to de Julio César, o a la pasión de Cristo, o contemplar a Napoleón, melancólico, sentado en un promontorio de Santa Elena, lanzando piedrecitas al Océano Atlántico.
Me pareció todo esto tan demencial, tan frívolo y un sinsentido tan grande, que, estudiante de Teosofía como soy, me propuse escribir un artículo para comentar de qué estamos hablando cuando hablamos de registros akáshicos ¿Acaso sabe la gente a qué nivel hay que remontarse para poder leer estos anales? Por supuesto que no lo sabe, pero ¿puede ser que ni tan siquiera lo sospechen?
La Teosofía clásica ha explicado suficientemente el término de registro akáshico. Gracias a estos autores podemos saber lo que es cierto y lo que no lo es, pueslos grandesteósofos escriben con tal claridad que no hay espacio para las dudas o las imaginaciones.
Leadbeater se quejaba, ya en su época, de que mil y una personas afirmasen tener acceso a los anales akáshicos. También se quejaba de que aún más gente anhelaba ponerse en contacto con estos registros para curiosear la historia oculta del planeta, así como el destino del planeta Tierra y de todo el Sistema solar. Y esto era en pleno siglo XIX ¿Qué diría ahora el gran Leadbeater si viese que leer en los anales akáshicos es uno de los pasatiempos favoritos de la llamada “new age”?
La verdad es que si queremos saber qué son estos registros no hay más que acudir al gran triunvirato de la Teosofía: Blavatsky, Leadbeater, Annie Besant.
Con estos autores de la mano estamos protegidos contra cualquier mixtificación.
Por supuesto, yo no tengo ninguna experiencia en el campo de los anales akáshicos, por tanto, cediendo el protagonismo a estos tres autores, vamos a intentar avanzar en medio de la confusión.
Quien haya soñado con ir al Tibet, sentirá ciertos escalofríos al pensar que podría haber sido la ignorante y confiada víctima del frío y calculador asesino mencionado en la serie de Netflix La Serpiente.
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En primer lugar, habría que corregir el término, pues, aunque es cierto que estos registros se leen en el akasha (porque todo, absolutamente todo, está contenido en el akasha) pero no forman parte del akasha.
Aún peor es el término de “luz astral”, pues estos registros están, verdaderamente, muy lejos del plano astral.
Es cierto que en los niveles astrales pueden existir vistazos, resplandores, cuadros incompletos de escenas, pero estos no son sino un reflejo de las verdaderas imágenes.
En general, akasha equivale a decir cualquier tipo de materia no sólida ni visible, abarcando desde Mulaprakriti hasta el mismísimo éter físico.
Puesto que akasha es la materia del plano devachánico, o plano causal, y es en ese plano en el que uno puede ponerse en contacto con estos registros, tal vez por eso se ha creado al término de “anales, o registros, akáshicos”.
La Teosofía entiende que en los registros akáshicos está la solución a todos los problemas de la humanidad. Así de claro y de sencillo.
Para entender qué son estos registros nos tenemos que remontar a la creación de nuestro universo. Nada más y nada menos.
Un ser elevadísimo, inimaginable, por nosotros, un Logos, decide crear un sistema. Entonces forma primero todo ese sistema en su mente, tal y como hacemos nosotros cuando emprendemos cualquier proyecto. Nuestro primer paso sería diseñar la estructura en nuestro espacio mental y, acto seguido, empezar a añadir elementos, y relaciones entre esos elementos.
Exactamente igual actúa un Logos: forma un plan, un sistema en evolución con la totalidad de sus cadenas planetarias, sus ciclos y sus sucesivos globos.
El Logos, en el plano mental que le es propio, crea un sistema hasta en sus más mínimos detalles. Llegado este punto, imaginémonosde qué tipo de plano mental estamos hablando. No tenemos ni idea de cómo es la capacidad y la profundidad de la menta de un ser de estas características. Pero nada parecido a nuestra pequeña medida y a nuestro escaso entendimiento. Cuando ese ser objetiva esa creación en su plano de pensamiento, se produce la creación. Desde ese plano del pensamiento irán descendiendo, a su momento, todos esos elementos que han nacido a la vida objetiva.
La Teosofía insiste en que no solo ese sistema del que hablamos ha sido creado por un Logos, sino que todo ese mismo sistema forma parte indeleble de ese Logos. Sería su prolongación física. Por tanto, la energía que fluye a través de esa manifestación física es la propia energía del sistema que, a su vez, es la energía del Logos. Se trata de una unidad total, absoluta, pues como dice San Pablo:
“Querría que lo buscasen a Él, a ver si, al menos a tientas lo encontraban; aunque no está lejos de ninguno de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos" (Hechos 17, 27-28).
Tengamos en cuenta que todo cuanto sucede en nuestro sistema, o en nuestro plano, es algo que también está sucediendo, más o menos simultáneamente, en la conciencia de ese Logos. Esto quiere decir que los anales akáshicos son su memoria. Su propia memoria. Y su mente.
Esa memoria está tan inmensamente lejos de nosotros que solo podemos acceder a ella por medio de algún tipo de reflejo o de proyección suya, pues ese diseño atraviesa todos los planos subsiguientes. Y ese reflejo, o esos reflejos, proyectados en la pantalla de un plano inferior, es lo que nosotros podemos leer, habida cuenta de la imposibilidad de remontarnos hasta la mente de ese Logos.
Como ya hemos dicho al principio, el plano astral es uno de los planos en los que se proyecta este diseño. Naturalmente, esa proyección es extraordinariamente imperfecta e incluso está por completo desnaturalizada. Y esto es así porque lo que vemos en el plano astral es un reflejo de otro reflejo. Pensemos en cómo el agua de un estanque desfigura y empaña cualquier reflejo de la realidad, pues no olvidemos que el agua es el símbolo material equivalente al plano astral. Incluso cuando esa agua está tranquila y en calma todo lo más que podemos esperar es ver en una superficie plana, de dos dimensiones, un cuadro de formas que se pintó en, al menos, tres dimensiones. Ahora imaginémonos que esa superficie está recorrida por el viento, o por un huracán, ¿qué reflejos podremos ver? Imaginémonos que en medio de estos vientos embravecidos podemos ver un trozo de escalera o la copa de un árbol, ¿de qué nos valdrá este pequeño fragmento, o, incluso, un fragmento aún mayor? Serán precisas muchísimas horas de visualizar fragmentos para completar algo parecido a una escena. Y, tal vez, eso no se logre nunca pues el plano astral por su definición es inestable, líquido y movedizo, y siempre está más o menos agitado, y, en consecuencia, tiende a la alucinación.
No se puede confiar en el plano astral ni en las percepciones hechas en este plano. Es más: nosotros, pobres mortales, ni siquiera tenemos la capacidad de saber si lo que estamos presenciando es cierto o no.
En los planos causales la cosa cambia por completo. Ahí los registros son exactos y precisos, y de una tal claridad que nadie puede equivocarse al emprender su lectura.
Por ejemplo, supongamos que tres clarividentes acceden en el plano causal a determinada información. Los tres verán lo mismo y obtendrán idéntica información. Sin embargo, es cierto que cada uno observará alguna parte especialmente importante o llamativa para él. Pero los tres contarán la misma experiencia y el mismo contenido. Habida cuenta de que lo visto y experimentado en esos planos no puede comunicarse por medio de palabras físicas.
Efectivamente, ¿cómo contar cosas ocurridas en un plano superior en el lenguaje propio de un plano inferior? De la misma manera que un artista necesita años y años de estudio y de práctica en la disciplina de la perspectiva, el modelado, las sombras, etc., para poder plasmar en un lienzo de dos dimensiones un paisaje que realmente posee tres, así también ocurre con el investigador clarividente: es precisa una larga educación antes de poder trascribir en las palabras propias de un nivel inferior todo cuanto se ha visto o percibido en un nivel más alto.
También hemosde tener en cuenta que cualquier relato de una experiencia tenida en los planos causales no se aproxima ni remotamente a la experiencia en sí misma. Sería algo así como describirle el mar, con todas sus sensaciones, a una persona que jamás lo haya visto: ¿cómo hacerle partícipe del movimiento de las olas, de la variedad de colores, del permanente aroma de su frescura, de las gaviotas que van y vienen, dejándose ir, sobre la flor de las olas?
Así pues, es muy difícil trascribir al plano físico lo visto en el plano devachánico. Y aún será más difícil sin consideramos que estas experiencias se han traído dos veces, pues primero han tenido que extraerse del plano mental superior, y después desde el plano astral, porque la memoria forzosamente tiene que pasar por ahí para descender al plano físico.
Los maestros de la Teosofía insisten una y otra vez en la total incapacidad del lenguaje para expresar lo vivido en el plano causal.
Pensemos que en el plano astral la realidad posee una dimensión más, la cuarta dimensión. La idea de la cuarta dimensión nos es incomprensible. A no ser que directamente hayamos visto de qué se trata. Entonces sobran las palabras. Sin embargo, ¿cómo expresar clara y distintamente esto con las palabras corrientes de nuestro lenguaje? Pero, resulta que cuando nos elevamos a los planos devachánicos, o causales, aún se añade otra dimensión más: la quinta dimensión.
¿Nos imaginamos la dificultad que supone moverse desde la quinta dimensión a la tercera dimensión, en la que moramos?
Hemos comentado más arriba que los llamados registros akáshicos se pueden considerar como la memoria del Logos. Así es, pero en realidad es muchísimo más que eso.
La realidad es que ese Logos, en su conciencia, la cual está por encima del plano devachánico, al menos en el plano búdico, no distingue pasado presente y futuro. Y además no se halla limitado por la necesidad del espacio o del tiempo. En su conciencia, pasado, presente y futuro están simultáneamente presentes en él. Por tanto, todo lo que ha sucedido en el pasado y todo lo que sucederá, está sucediendo instantáneamente ante él, ante sus ojos, digámoslo así.
En verdad, esto es imposible de comprender.
Cuando contemplamos, en el silencio de una noche, la Estrella Polar, no caemos en la cuenta de que su distancia a nosotros es de cincuenta años luz, lo cual quiere decir que lo que estamos viendo ahora mismo es el estado de esa estrella de hace exactamente cincuenta años. Si mañana mismo, esta estrella se volatilizase, durante cincuenta años la seguiríamos viendo.
Si viviéramos en la Estrella Polar veríamos el presente, en esa estrella, pero cuando mirásemos a la Tierra, simultáneamente, veríamos también nuestros juegos infantiles de hace cincuenta años. Es decir, las cosas habrían pasado ya, pero las veríamos ya cincuenta años después.
Digamos, pues, que esta es la lógica, o la perspectiva, del Logos, su omnisciencia: todo cuanto ha sucedido desde el principio del mundo está sucediendo instantáneamente ante los ojos del Logos, de la misma manera que, desde el punto de vista de la Estrella Polar, las cosas pasadas están sucediendo ahora mismo, ante nuestro ojos, en este mismo instante.
Aún es más difícil comprender cómo o de qué manera el futuro participa y está presente en toda esta visión de conjunto. Pues desde el momento en el que el Logos objetiva todo este diseño mental ya no hay posibilidad de futuro, pues solo puede haber presente. Si esto es cierto, ¿existe el libre albedrío?, ¿o solo hay predestinación, y todo es fatalidad?
El Logos contempla el resultado de cada acto e incluso la influencia del mismo en círculos cada vez más y más anchos hasta afectar a un sistema entero. Es decir, el Logos ve las acciones de todas las causas que actúan, así como los efectos que introducen.
Los dos conceptos son ciertos, fatalismo y libertad, y existentes a la vez, los dos tan enlazados que pareciera que se confunden íntimamente. El intelecto espiritual solo admite el libre albedrío; mientras que el intelecto común, la predestinación, o fatalidad. Por desgracia, el intelecto concreto y racional es más poderoso, pues el intelecto espiritual aún lo tenemos muy poco desarrollado, por eso el fatalismo lo reconocemos instantáneamente. Donde la mente inferior ve fatalidad, la mente superior ve libre albedrío. El libre albedrío solo se descubre cuando se examina la realidad desde planos superiores.
Yo ruego encarecidamente al lector que medite largo y tendido sobre este problema, pues el problema de la libertad es el más radicalmente humano. Personalmente, tengo que decir que este es un tema que siempre me ha obsesionado, y que, de todos los temas que pueden caber en el llamado ocultismo, es el que aún más me sigue interesando. Sin lugar a dudas, la libertad fue el tema, el único tema, de toda la filosofía de Krishnamurti. Y fue el tema de la libertad el que a mí me llevó hasta Krishnamurti.
Verdaderamente, el ser humano común casi no tiene voluntad, se halla en las manos de su karma. Para este ser las circunstancias lo son todo, digamos que carece de libre albedrio: las circunstancias le traen y le llevan, primero dice una cosa y después otra. Eso es todo.
No sucede lo mismo para el ser humano desarrollado, aunque en él el peso del karma es decisivo, pero este le afectará de forma muy diferente al humano común.
Podríamos decir que la psicometría es una facultad de relación que tiene que ver con los anales akáshicos. La psicometría consiste en que una determinada persona, al ver, observar o tocar una partícula de materia o un objeto, puede tener conciencia no solo de cuántos poseedores han tenido ese objeto, o de cómo eran estos, sino de las vicisitudes de ese objeto. Igualmente ocurre con los libros o con las lecturas. Basta con tocar un libro, y un maestro instantáneamente no solo conoce al momento la realidad de su autor, su pensamiento y sus elucubraciones sino también a todos los comentaristas y polemistas que han contestado o comentado a ese autor. Es decir, que un maestro sin ningún esfuerzo puede llegar a saber de ese tema más que el propio autor o que cualquiera de sus continuadores.
Personalmente creo, que la única manera que tenemos de conocer los sucesos de la Atlántida, o la vida de las primeras rondas, o, aún más, las evoluciones de las anteriores cadenas, por ejemplo, es por medio de los anales akáshicos.
La visión de los registros akáshicos permite también la autoexploración acerca de quién fue uno mismo en vidas pasadas. Comentaba Leadbeater, entre divertido y molesto, que, en la ST, había ya cuatro María Estuardo, dos Cleopatra (“antepasado no muy deseable ciertamente”, dice el propio autor) y muchos más Julio César. Algún otro afirmaba ser Homero, y otros varios eran Shakespeare. El descrédito y la burla que esto supone para tan alta actividad del espíritu es evidente. Causa pena y mucha tristeza saber de cosas así. Leadbeater insiste en que “el ocultismo es la apoteosis del sentido común”, y que no todas las visiones que a uno le salen al encuentro son visiones de los registros akáshicos.
El escepticismo ha de ser una de las reglas de oro del esoterismo, porque si uno busca explicaciones ocultas a todo, puede que acabe rompiéndose el equilibrio interno y el sentido común, que siempre hay que defender. Ponernos en la tesitura de considerarlo todo como mágico o maravilloso no nos hace mejores ni más sabios, ni siquiera mejores servidores.
Estemos en guardia contra esos libros, esos cursillos, esos videntes quejuran y perjuran que para ellos acceder a los archivos akáshicos es tan fácil como para nosotros, vulgus populus, ir a la playa en un fin de semana. En casi todos ellos son hay sino ego e infantilismo.
En fin, mi propósito inicial era simplemente ofrecer la respuesta de la Teosofía a la pregunta, ¿”de qué hablamos cuando hablamos de registros akáshicos”?