27/05/2024
Una de las costumbres más conocidas y llamativas de las sociedades primitivas son los llamados «ritos de iniciación», estudiados por el etnólogo francés Arnold Van Gennep, dentro de los que denominó, como el título de su obra, Rites de Passage, Pans, 1909, traducido al castellano por Ritos de Paso, Madrid, Ta**us, 1986.
Van Gennep prefiere aplicarles la denominación de ritos de iniciación» y no el de «ritos de pubertad», porque el comienzo de la pubertad humana, en general, y la de la mujer en particular, es variable. Depende del clima (se adelanta en los países cálidos), de la alimentación (el engorde anticipa la menarquía: primera menstruación), de la profesión y de la herencia.
Pero Van Gennep no puede negar la existencia de ritos de pubertad femenina, donde la «iniciación» coincide con la pubertad fisiológica. Y lo que ya no dice el etnólogo francés es que cuando se utiliza un régimen alimentario de engorde
prematrimoniai, como aplicaban los canarios a sus mujeres adolescentes, esa coincidencia puede provocarse y conseguir que los ritos de iniciación se sincronicen con la pubertad.
Los ejemplos y modalidades de los ritos de iniciación que podamos aducir resultan innumerables. Hasta el punto que no conocemos un solo pueblo «salvaje» o «natural» que no someta a sus adolescentes a pruebas y ceremonias, a veces cruentas, de circuncisión, retiros, purificaciones y aprendizajes; de separación del mundo asexuado, seguidos de ritos de agregación al mundo sexual de los adultos, al matrimonio y, las mujeres, a la maternidad.
Es lo que ocurría en Gran Canaria con las «maguadas» o harimaguadas. Se trataba de "menstruantes novicias" que eran
recluidas mediante un período de purificación y aprendizaje, hasta que salían para casarse. El hecho de su virginidad inicial y de su reclusión colectiva, hizo que los antiguos cronistas, en su mayoría frailes, las comparasen con las monjas cristianas o con las vestales paganas. Pero se trata de claros anacronismos y extrapolaciones, que confunden e interpretan unas costumbres y creencias prehistóricas, como similares a las de una sociedad cristiana y renacentista de los siglos XV y XVI. Nosotros así lo hemos señalado y las encuadramos dentro del marco social y del entorno cultural que les
corresponde, como un rito de iniciación o pubertad, en una sociedad que vivía en la prehistoria.
Explicar a nuestras harimaguadas por instituciones afines de reclusión temporal de jóvenes doncellas, como parte de los
ritos de pubertad practicados por los pueblos primitivos en todas las partes del mundo, desde Nueva Irlanda, donde se
encierran a las muchachas menstruantes en una especie de jaulas, hasta las tribus del Amazonas, que las colocan en una
hamaca a las salidas del humo, nos resulta de una lógica elemental. Pero también hemos de encuadradas, como institución peculiar de la isla de Gran Canaria, dentro de la estructura social jerarquizada de los insulares.
«Tenían estos Guadartemes casas de doncellas enserradas ... las quales eran muy queridas rregaladas por los Guadartemes y servidas de los nobles» (Ovetense, p. 162, ed. M. Padrón).
Parecen, pues, pertenecer a la clase alta y ser protegidas por ella. Así lo entienden los historiadores posteriores, como Cedeño cuando escribe que se trata de "doncellas, hijas de hombres principales".
Lo que no precisan nuestras crónicas es si todas las mujeres de la clase noble pasaban por la situación de harimaguadas. Abreu Galindo nos dice que «Entre las mujeres canarias habían muchas como religiosas», sin precisar cuántas.
Pero Tenesoya, la famosa sobrina del Guanarteme, vivía en el palacio de su tío, en Gáldar, y no en un cenobio de harimaguadas.
Tampoco sabemos las edades de ingreso y salida. Algunos historiadores tardíos, como don Pedro Agustín del Castillo, proyectando su mentalidad de época, se atreve a conjeturar que entrarían como a la edad de «ocho años. y permanecerían unos veinte, con lo que la reducción del período
de fertilidad femenina, también limitado por la alta tasa de mortalidad, hubiera conducido a la extinción de la clase noble. El P. Sosa (o. c., p. 285) lo prolonga a veinticinco o treinta. Nosotros, consecuentes con criterios etnológicos, el ingreso lo hacemos coincidir con sus primeras menstruaciones y la
salida al término de sus purificaciones y preparación prematrimonial, dentro de la adolescencia. Lo que sí resulta claro es que la salida «había de ser para casarse». Y aunque los tres manuscritos de la crónica anónima repitan: "Quando alguna se quería casar", lo que parece indicar voluntariedad e iniciativa por parte de las interesadas, la reclusión y el aislamiento en que vivían y la supeditación jerárquica, hacen difícil pensar que tuviesen oportunidades de conocer y elegir por sí mismas a sus futuros maridos, que en estas sociedades suelen estar predeterminados por las reglas del parentesco y de la exogamia.
-¿Harimaguadas o Maguadas?-
Su misma denominación resulta incierta: Gómez Escudero (op. cit., p. 435) asegura que el vocablo indígena correcto es el de «maguas» o «maguadas», pero que los españoles las denominaron harimaguadas o marimaguadas» «porque siempre controvertieron el nombre de las cosas y despreciaron sus vocablos».
En cuanto a su sentido, don Juan Álvarez Delgado ha sugerido diversas acepciones: mujer santa o religiosa, doncella recluida, casadera joven y divina doncella o sacerdotisa.
Que esta institución femenina de iniciación y clase social era privativa de Gran Canaria no ofrecía duda alguna en las crónicas más antiguas, hasta que Antonio de Viana se tomó la libertad poética de extenderla a la isla de Tenerife y atribuir a sus componentes, con carácter sacramental, las funciones de bautizadoras que el P. Espinosa señala como tarea practicada por las mujeres comadronas de esta última isla.
Escribe Viana: Y
añade versos más adelante: (, Canto 1,
versos 509/151 y 516/518)
Esta segunda parte es pura invención del poeta, pues ningún historiador ni documento histórico conocido lo había afirmado antes. Obsérvese que el propio Viana ni siquiera lo asegura como un hecho probado, sino supuesto o entendido por
la mayor parte.
Más tarde, Gómez Escudero (op. cit., p. 348) hace extensivas estas hipotéticas funciones bautismales, que eran simples
abluciones profilácticas, higiénicas y mágicas, relacionadas con el temor y la repulsa a la sangre puerperal, a la isla de
Gran Canaria. Y don Tomás Marín de Cubas llega a calificar a Iballa, la célebre indígena gomera amante de Hernán Peraza
el Joven, de «maguada», en el sentido de sacerdotisa, suponiéndolo una categona o dignidad generalizable y exportable
a todas nuestras islas.
Dice la crónica Ovetense: «Tenían estos Guanartemes casas de doncellas encerradas, a manera deemparedamiento. Y lo mismo repite el lacunense, añadiendo: «que hoy llaman monjas, a éstas las llamaban maguadas. En parecidos términos el matritense, López de Ulloa y Gómez Escudero.
Por su parte, Abreu Galindo nos habla de ellas con estas palabras:
«Entre las mujeres canarias habían muchas como religiosas que vivían con recogimiento y se mantenían y sustentaban de lo que los nobles les daban, cuyas casas y moradas tenían grandes preeminencias; y diferenciábanse de las demás mujeres en que tenían las pieles largas ... ».
El P. Sosa nos habla de que
(Libro 111, Cap. 3, p. 286, 1994).
Cedeño atribuye estas funciones a supuestos «hombres que vivían en comunidad como religiosos», además de las harimaguadas (o. c., ,p. 373):