08/01/2025
MISION
Cinco mártires misioneros,
Los cinco misioneros cristianos evangélicos fueron asesinados el 8 de enero de 1956: Jim Elliot, Nate Saint, Ed McCully, Peter Fleming, Roger Youderian.
Por John Bjorlie 1 comentario
En este siglo, se han registrado decenas de historias misioneras extraordinarias llenas de dramatismo. Nos preguntamos cómo es posible que, a pesar de que tantos han dado su vida en China, Rusia, el Congo y otros lugares, los pasos apagados que se oyen en esa franja de arena del río Curaray aún resuenen a nuestro alrededor. Ocurrió en la ladera oriental de los escarpados Andes de Ecuador, en la extensa selva tropical que se extiende más allá. Allí, el 8 de enero de 1956, tuvo lugar la masacre misionera más publicitada de este siglo.
Nate Saint, piloto de la jungla, llamó ese domingo por la radio del avión: “Esperamos recibir visitantes alrededor de las 2:30. Te llamaré de nuevo a las 4:35”. Cuando su cuerpo perforado fue sacado del río, su reloj de pulsera marcaba las 3:12.
Los misioneros soportaron penurias asombrosas en esas selvas tropicales. A veces no podían volar y, para llegar a grupos aislados, tenían que viajar a pie por tierra. Se aventuraron en canoa a atravesar ríos impredecibles para llegar a territorios mal cartografiados donde vivían pueblos tribales dominados por el miedo. Sabiendo lo que sabemos, lo que nos sorprende no es que hayan mu**to tantos, sino que tantos otros misioneros hayan sobrevivido.
En 1944, cinco misioneros que trabajaban con la organización Misiones Nuevas Tribus en Bolivia fueron asesinados mientras intentaban llegar a los feroces Ayores. Probablemente, los cinco fueron asesinados semanas antes de que el grupo de búsqueda partiera a buscarlos. Sus cuerpos nunca fueron encontrados y el suceso recibió poca atención de la prensa mundial. Después de todo, esta noticia quedó sepultada bajo los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial. Hoy, si alguien menciona a los cinco intrépidos mártires misioneros en las selvas de Sudamérica, pocos recuerdan los nombres de Cecil y Bob Dye, Dave Bacon, George Hosbach o Eldon Hunter.
Naturalmente, vemos varias razones por las que las muertes de Jim Elliot, Peter Fleming, Ed McCully, Nate Saint y Roger Youderian causaron tal sensación. En ese momento hubo una pausa en las noticias mundiales. La mística del salvaje de la jungla despertó la curiosidad. En los diarios de los misioneros se disponía de registros minuciosos. El público fue informado de manera detallada a medida que salían a la luz los hechos de la masacre. Y allí estaban cinco jóvenes sorprendentes, con esposas inteligentes e hijos encantadores. Estos jóvenes parecían tipos que podríamos encontrar en nuestros propios vecindarios. ¿Qué estaban haciendo allí?
Espiritualmente hablando, también vemos razones por las cuales Dios se complació en hablar tan claramente en ese evento del 8 de enero. Aquí hay una historia que nos inspira más cuanto más la conocemos. Todos los mártires fueron criados con el evangelio desde jóvenes. Cada uno fue considerado un modelo a seguir.
Jim Elliot era de Portland, Oregón. En Wheaton College, fue presidente de la Asociación de Misiones Estudiantiles en el Extranjero. Era un comunicador persuasivo y escribió en la universidad: “Oh Dios, sálvame de una vida de esterilidad, siguiendo un modelo formal de ética, y dame en cambio ese contacto vital del alma con Tu vida divina para que se produzca fruto, y la Vida -la vida abundante- pueda ser conocida nuevamente como la prueba final del mensaje y la obra de Cristo”. Se casó con Elisabeth Howard, de una prominente familia cristiana de editores de Filadelfia. En el momento del as*****to, los Elliot tenían una hija pequeña.
“'Él hace de sus ministros una llama de fuego'. ¿Soy yo inflamable?”, escribió. “Dios, líbrame del terrible asbesto de las 'otras cosas'. Saturame con el aceite del Espíritu para que pueda estar en llamas. Pero una llama es pasajera, a menudo de corta duración. ¿Puedes soportar esto, mi alma de corta vida? En mí habita el Espíritu del Gran Efímero, cuyo celo por la casa de Dios lo consumió”. (Splendor, p. 18; entrada en el diario en el verano de 1947). Más
Peter Fleming era de Seattle, Washington. A sus 27 años, era un año más joven que Jim Elliot. Pete había recibido recientemente su maestría en literatura. Estaba casado con su novia de la infancia, Olive.
Pedro escribió: “[El Señor] ha estado guiando mi meditación hacia las estrictas declaraciones de Cristo con respecto al discipulado, especialmente aquellas palabras de Cristo a sus discípulos antes de enviarlos… ‘El que halle su vida, la perderá; y el que pierda su vida por causa de mí, la hallará’. Se me ha dirigido a estos pasajes y otros similares una y otra vez. Me gustaría poner estas verdades a prueba al máximo… Parece que Dios se deleita en muchas ocasiones en colocar a los hombres en situaciones que magnifican sus debilidades por el simple deleite de mostrarse fuerte a todos los observadores” (Liefeld, pág. 48, agosto de 1951, a Jim Elliot).
Ed McCully, de Milwaukee, Wisconsin, fue presidente de su clase de último año en Wheaton. Ganó el Concurso Nacional de Oratoria Hearst en San Francisco en 1949 y asistió a la Facultad de Derecho de la Universidad de Marquette. Él y su esposa, Marilou, tenían dos hijos y estaban esperando un tercero. “Tengo un deseo ahora: vivir una vida de total abandono por el Señor, poniendo toda mi energía y fuerza en ello”, escribió Ed en una carta a Jim Elliot inmediatamente después de dejar la facultad de derecho el 22 de septiembre de 1950 (Splendor, págs. 50-51).
Roger Youderian era un rancho de Montana. Era un guardabosques nacido en el aire que había estado en la batalla de las Ardenas. Más tarde asistió a las escuelas Northwestern en Minneapolis, donde conoció a su esposa, Barbara. Se unieron a la Unión Misionera Evangélica y estaban evangelizando a los jíbaros cazadores de cabezas cuando llegaron los Elliot, los Fleming y los McCully.
Nate Saint había llevado a misioneros dentro y fuera de la selva ecuatoriana desde 1948 para Missionary Aviation Fellowship. Constructor, inventor y piloto experto, Nate había ideado un sistema de combustible de reserva ingeniosamente simple para aviones monomotores. Nate estaba casado con una enfermera, Marj, a quien había conocido en el servicio. Tenían tres hijos.
En un mensaje transmitido por HCJB en Quito, Nate dijo: “Durante la última guerra se nos enseñó a reconocer que, para lograr nuestro objetivo, teníamos que estar dispuestos a ser prescindibles… Sin embargo, cuando el Señor Jesús nos pide que paguemos el precio de la evangelización mundial, a menudo respondemos… Cuesta demasiado… Dios no retuvo a Su único Hijo…” (Splendor, p. 176: 18 de diciembre, en los diarios de Nate sobre la Operación: Auca).
Las cinco parejas no llegaron a Ecuador con la intención de llegar a la tribu Waorani, pero en Ecuador oyeron hablar de estos indígenas, a los que se denomina “Aucas”, es decir, salvajes. Nunca habían sido subyugados por los soldados ni conquistados por los misioneros.
Los misioneros oraban y conspiraban a menudo para llegar a esta temida tribu. Al presenciar una serie de acontecimientos que abrían el camino, los cinco unieron sus corazones para llegar a los waorani. Al leer el relato de los propios misioneros, nos vemos obligados a estar de acuerdo con Nate Saint en que “es el tiempo del Señor”.
Todos se ofrecieron como voluntarios. Planearon cuidadosamente. Todos eran conscientes del peligro. Como Jim Elliot le dijo a su Betty: “Si así es como Dios quiere que sea, estoy dispuesto a morir por la salvación de los Aucas”.
Después de una serie de contactos a larga distancia, el siguiente paso fue encontrar un lugar de desembarco cerca de la aldea Waorani. En el río Curaray encontraron un lugar de desembarco en un banco de arena. Lo llamaron “Palm Beach”. El martes 3 de enero, se realizó una reunión final de oración en Arajuno, luego las intrépidas parejas cantaron el himno de Edith Gilling Cherry con la melodía Finlandia:
Descansamos en Ti, nuestro Escudo y nuestro Defensor,
Tuya es la batalla, Tuya será la alabanza;
Al pasar por las puertas del esplendor perlado,
Vencedores, descansamos Contigo durante días interminables.
El viernes recibieron la visita de tres waorani. El domingo, Nate sobrevoló la zona con su avión y vio a un grupo de hombres que caminaban hacia la playa. Le comunicó por radio a Marj: “Viene una comisión de diez. Oren por nosotros. ¡Este es el día!”. La siguiente comunicación estaba prevista para las 4:30 p. m., pero nunca llegaría.
Como decían los titulares de los periódicos, “Cinco misioneros desaparecidos en Ecuador”, un grupo de rescate se dirigía por tierra. El piloto misionero Johnny Keenan voló sobre Palm Beach y vio un cuerpo; en un segundo paso, divisó otro en el río.
El jueves, dos aviadores de la Marina de Estados Unidos llegaron en helicóptero y encontraron cuatro cadáveres en el río, atravesados con lanzas y machetes. Jim, Nate, Peter y Roger fueron identificados. Se especuló que el primer cuerpo visto desde el aire era el de Ed McCully y que la corriente del río lo había arrastrado.
La revista Newsweek del 23 de enero publicó la noticia, pero fue el fotógrafo de Life, Cornell Capa, quien se encontraba en Palm Beach en helicóptero cuando bajaban el último cuerpo a la tumba. Su sensible fotografía y el relato del drama publicado en Life hicieron de esta la historia misionera del siglo. Readers Digest también publicó la historia en 1956.
El viernes 13 de enero, la Fuerza Aérea hizo volar a las viudas sobre la fosa común. Mientras Olive Fleming miraba hacia abajo para ver la cicatriz de arena blanca, 2 Corintios 5:1 resonó en su mente: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos”.
Algunos líderes de la iglesia reaccionaron a la masacre como lo hizo Judas cuando el costoso perfume fue derramado sobre el Señor Jesús, diciendo: “¿Para qué este desperdicio?” A ellos sólo les podemos decir que los caminos de Dios no son nuestros caminos ( Isaías 55:8-9 ). La necedad de Dios es más sabia que los hombres ( 1 Corintios 1:25 ). En los meses siguientes, las juntas misioneras se vieron inundadas de ofertas para “tomar el lugar” de los mártires. La revista Eternity contó seiscientos misioneros que atribuyeron el martirio como una influencia que los impulsó a ir al extranjero.
El trabajo con los waoranis apenas estaba comenzando. La niña, Dayuma, una fugitiva del territorio waorani que ayudó a Rachel Saint a aprender waorani, se había encomendado al Señor Jesucristo. Sus familiares quedaron asombrados al verla regresar sana y salva a su aldea. Ellos supusieron que los extraños la habían devorado. Ella explicó que los misioneros habían llegado pacíficamente. También les dio una lección práctica para ayudarlos a entender cómo el Cordero de Dios fue llevado al matadero como sacrificio por el pecado. “Así como ustedes mataron a los extranjeros en la playa, Jesús fue asesinado por ustedes”.
En el otoño de 1958, Rachel Saint, Betty Elliot y su hija Valerie colgaron sus hamacas entre los waorani. Mientras Valerie jugaba con los hijos de los asesinos de su padre, Rachel y Betty conocieron a los propios asesinos: Gikita, Kimo, Nimonga, Dyuwi, Minkayi y Tona.
Nueve años después, las primeras copias del Evangelio de Marcos en lengua waorani fueron dedicadas en la “Casa que habla Dios”. Kimo oró: “Padre Dios, estás vivo. Este es tu día y todos hemos venido a adorarte. Nos trajeron copias de Tu Talla, suficientes para todos. Las aceptamos y decimos: “Esta es la verdad”. Queremos todas tus tallas”.
Sin duda, la atracción duradera de esta historia tiene que ver tanto con las vidas de los sobrevivientes del mártir como con los cinco hombres que dieron su vida. No sólo conocemos a los cinco hombres por sus diarios y sus fotografías antiguas, sino también por las vidas de las viudas misioneras, sus hijos, las vidas de los conversos waorani y los misioneros que siguen sirviéndoles. Esto es más que un recuerdo. Por sus frutos conocemos a Ed, Jim, Nate, Pete y Roger.
© John Bjorlie, Uplook Ministries Utilizado con permiso, todos los derechos reservados
