27/11/2020
El artista no puede ser más que un extraño sino fuera por quienes aprecian sus creaciones, el artista y sus seguidores son uno, pero ellos pueden seguir siendo, sin embargo, sin ellos, el artista ya no es. Es el público quien convierte una obra, pues por más que está tenga magia, no tendrá eco sin alguien que la aprecie.
La escritora , desde su natal Costa Rica, nos obsequió un espectacular artículo de ese vínculo donde demuestra que el artista ama a sus seguidores aunque este nunca los llegue a conocer.
¿Qué sería de un escritor sin sus lectores?
¿Cuándo es que un lienzo se convierte en arte? ¿Tiene relevancia un pensamiento, que no ha sido pronunciado jamás?
Siempre que pienso en la relación entre un escritor y un lector, me viene a la mente la imagen de un músico, que toca su violín en medio de un pueblo, esperando que algún caminante se detenga para lanzarle una moneda. De este modo es la vida de un escritor: siempre dibujando sus letras en miles de formas inimaginables, generalmente en solitario, pero esperando a que alguien pueda apreciar todo aquello que tenemos para dar.
¿Y es que de qué sirve contar una historia si no hay nadie allí para escucharla? ¿Para qué gritar nuestros lamentos al cielo, en forma de poesía, si nadie va a notar siquiera nuestras lágrimas? Las palabras, para un escritor, no son otra cosa más que trozos de su alma que han crecido demasiado y ya no pueden mantenerse dentro del frágil y limitado cuerpo en el cual nos ha tocado vivir; los dejamos caer, esperando que alguien los recoja por el camino y atesore todo el valor que poseen.
A veces hay malos días. De pronto, llega la crítica y toma todo aquello en lo que crees, cada una de las letras que te esmeraste en escribir, y las destroza como si no fueran nada más que una hoja de papel demasiado vieja y anticuada como para poder mantenerse entera. Al principio es difícil dejarlo pasar, y seguir adelante, porque es un ataque directo a una parte de ti. Es un puñetazo en el rostro de una muñeca de porcelana, que te rompe en pedacitos y te hace creer que no eres nadie.
No podemos, sin embargo, obligar a nadie a leer nuestras creaciones, sin hacer que estas dejen de ser bellas, y se conviertan en obligaciones lisas y decadentes. No podemos, mucho menos, esperar que todos aprueben nuestros pensamientos. Es por esa misma razón que se vuelve mil veces más satisfactorio, cuando aquella valiosa moneda que trae impresa una opinión sobre ese trozo de tu alma encontrado, cae en el sombrero invisible que cada escritor mantiene siempre expectante a sus pies.
Tomamos esa moneda en nuestras manos y la leemos una y otra vez, hasta que se cala dentro de nuestros huesos haciéndonos sentir que hemos causado un cambio en el mundo. Uno mínimo, sí, pero existente. Y por un día, por un diminuto instante, fuimos más que un grano de arena en medio de la inmensidad del universo.
Un lector, creo, siempre será la más grande musa que cualquier escritor pueda encontrar. Se puede perder el tiempo escribiendo para alguien que no va a leer tus palabras, o puedes vivir en el autoengaño de pensar que, si te esfuerzas lo suficiente, conseguirás satisfacer a la crítica; cuando, en realidad, de nada sirve mutilarte a ti mismo intentando obtener algo que desde un inicio nunca te perteneció.
Los lectores, en cambio, llegan a ti por su propia voluntad. Se enamoran de tus escritos libremente y se quedan contigo durante todo el tiempo que lo necesiten. Cuando conquistas a un lector, lo haces por accidente… ¿Y no es así, acaso, como la pura esencia del amor funciona? Sin ataduras, sin obligaciones, pero con todo el apoyo que estos puedan darte.
En más de una ocasión he sido testigo del maravilloso poder que los lectores poseen. Me he encontrado en medio de una batalla contra la crítica, con mis manos vacías, sin ningún arma con la cual pudiese defenderme, dispuesta a dejarme vencer. Cuál ha sido mi sorpresa, cuando en el último momento, fueron mis propios lectores quienes se levantaron frente a mí, con los puños en alto y batallaron en mi nombre, defendiendo lo que ellos proclamaron arte, sin que yo se los haya pedido. Me han dado la fuerza para seguir escribiendo, dando lo mejor que tengo en mí, porque si ellos creen que puedo hacerlo… ¿Cómo podría atreverme a desmentirlos?
El lector cree más en el escritor, de lo que el artista cree en sí mismo. Puede descubrir, entre las líneas que has escrito, mucho más de lo que tú intentaste explicar. Algunas veces, tienen el poder de leer los más profundos deseos de tu corazón, descubrir anhelos, impresos en tus letras, que ni siquiera tú mismo sabías que tenías. Incluso, pueden hacer que vuelvas a amar aquellos antiguos relatos que con el pasar del tiempo te parecieron mal escritos, o vagos, o insípidos. Son capaces de recordarte de dónde vienes, en que tipo de tierra fue sembrada tu semilla.
Cada lector, se sentirá identificado con un conjunto distinto de palabras, cada uno de ellos llegará en el momento justo en que debe aparecer, y se marchará cuando ya sea el momento de decirte adiós. Unos se quedarán durante más tiempo que otros, algunos se olvidarán de ti rápidamente. Pero, cada uno de ellos tiene la capacidad de enseñarte algo nuevo, de mostrarte cosas que omitiste, de guiarte hacia el rumbo que debes seguir para encontrar el camino hacia ese “escritor” en el que quieres convertirte.
¿Cuándo es que un lienzo se convierte en arte? Creo que es en el momento en que alguien, que no es sea el artista, lo admira y decide catalogarlo como tal. En el instante justo, en que un espectador, se enamora profundamente de aquello que has creado, y su vida da un mínimo movimiento en el universo, gracias a ti.
¿Tiene relevancia un pensamiento, que no ha sido pronunciado jamás? Ciertamente lo tiene, pero no es más que oro llenándose de moho en una cueva oscura. Cuando un pensamiento ve la luz del sol y es absorbido por alguien más, deja de ser inútil y comienza a engrandecerse, día tras día, al pasar de una cabeza a otra y unir miles de almas en una sola.
¿Qué sería, entonces, de un escritor sin sus lectores? Solo puedo hablar por mí, y sé que no sería una artista, ni un violín sonando en busca de una moneda, ni un pensamiento adquiriendo voz día con día.
Posiblemente, me llenaría de moho en una cueva oscura.
El artista no puede ser más que un extraño sino fuera por quienes aprecian sus creaciones, el artista y sus seguidores son uno, pero ellos pueden seguir siendo, sin embargo, sin ellos, el artista ya no es. Es el público quien convierte una obra, pues por más que está tenga magia, no tendrá eco sin alguien que la aprecie.