06/03/2020
LA ETERNA Chelita Ceballos Paccini
6 de marzo de 1965.
HOY ESTARÍA DE CUMPLEAÑOS LA FUNDADORA DE LA AGRUPACIÓN VALLENATA FEMENINA "LAS MUSAS DEL VALLENATO"
Les presentamos un fragmento del libro titulado "CHELA CEBALLOS, LA MUSA QUE NO SE RINDIÓ" escrito por Rubén Darío Álvarez Pacheco.
A finales de 1988 Chela debió viajar a Barrancabermeja en busca de una documentación que le exigían en el IAFIC, mientras que Osvaldo Simancas continuaba en la misión de conseguir más muchachas que quisieran aprender a ejecutar un instrumento e integrarse al naciente grupo, que aún no tenía nombre.
En lata de los ensayos, que todavía se programaban en la casa de Simancas, seguían colaborando como instructores Adolfredo “El Papillo” Arzuza, con su bajo; y Moisés “Maradona” Navarro con su caja, aunque los dos debían sortear compromisos los fines de semana con las agrupaciones musicales a las cuales pertenecían.
El Papillo, por su parte, era el bajista de planta de la agrupación vallenata “Los señores X”, dirigida por Alberto Luis Urrego Eljach, quien en esos momentos daba sus primeros pasos como compositor, pero a la vez se desempeñaba como el mano derecha de sus tíos, los empresarios Felipe y Nassir Eljach (q.e.p.d.), de quienes se escuchaba hablar con mucha insistencia en la ciudad, debido a que también promocionaban orquestas y conjuntos de acordeón, de los cuales el más frecuentado era el del cantante guajiro Diomedes Díaz, quien, a su vez, no se cansaba de dedicarles saludos (y hasta canciones) en sus producciones discográficas.
Para esa época, la ciudad de Valledupar, capital del departamento del Cesar, ya era considerada como “La capital mundial del vallenato”, título que se volvió imperecedero porque es allí donde se realiza el “Festival de la Leyenda Vallenata”, certamen que para la década de los años 80 había alcanzado demasiado prestigio nacional e internacional; y, por consiguiente, era referencia obligada y vitrina cultural por excelencia a la hora de hablar de acordeonistas, cantantes, compositores y grupos de estilo vallenato. Por tal razón, Urrego dudó al comienzo de que Cartagena fuera la ciudad apropiada para aventurarse en la conformación de un conjunto vallenato de mujeres.
Pero lo que sucedía –explicaba Urrego--, era que en ese momento yo ignoraba que en Valledupar había una agrupación que se llamaba ‘Las chicas del vallenato’, en donde la acordeonista era Madeleine Bolaños. El conjunto era conocido, incluso, en Venezuela, pero no a nivel de grabaciones sino de presentaciones. También recordé la aventura de la compositora Rita Fernández Padilla y su conjunto ‘Las universitarias del vallenato’, que no tuvieron mucho éxito, debido a que el vallenato siempre se consideró machista”.
Los ensayos comenzaban a las 10 de la mañana y terminaban a las 6 de la tarde, con el evidente agotamiento de las muchachas, no sólo por lo que implica ejecutar un instrumento de percusión, sino también por las exigencias de Chela, quien ya se había ganado la admiración de sus subalternas, dado que enseñaba y corregía con fundamento, sobre todo cuando había que montar las canciones de El binomio de oro y de Los diablitos, que, como ya se dijo, eran los grandes paradigmas del llamado vallenato estilizado en los años 80.
Vale comentar que, en cuanto a la aparición de Patricia en el naciente conjunto, hay tres versiones a saber:
La primera es la sostenida por Osvaldo Simancas respecto a que él y Carlos Teherán, el padre de la cantante, eran muy amigos, por lo cual el acordeonista le sugirió que la tuviera en cuenta cuando se necesitara una cantante.
La segunda versión era la comentada por Chela. Según ella, recién llegada a La piedra de Bolívar, escuchó una orquesta ensayando en una vivienda, y la voz que la acompañaba era la de una mujer. Se acercó y, en cuanto tuvo la oportunidad, le propuso a la desconocida cantante que se integrara al proyecto de las futuras musas, pero la respuesta de Patricia fue negativa. Después de ese encuentro, Chela insistió otras dos veces y, en la segunda, Patricia le explicó que estudiaba saxofón tenor y clarinete, porque estaba más interesada en pertenecer a una orquesta de música tropical que a un conjunto vallenato, pese a que ya había hecho sus incursiones en festivales y con el conjunto de su padre. Tal afirmación era comprensible en el momento, dado que Cartagena estaba posicionada en toda Colombia como la gran cantera de orquestas tropicales, no de conjuntos de acordeón, y mucho menos conformados por mujeres.
No obstante, Chela le respondió que, si algún día se decidía, ella podía ayudarla con la guitarra para que mejorara su afinación y su entonación, pero el cuarto encuentro ocurrió tres meses después cuando Patricia se presentó a la casa de Chela en compañía de Luz Romero Méndez (q.e.p.d.), su madre, quien le comentó a la acordeonista que ella sí estaba interesada en que su hija hiciera parte del conjunto.
La tercera versión la contó Alberto Urrego, quien, después de haber conocido a Chela y visto el conjunto en acción, pensó que se necesitaba una voz diferente a todas las de las mujeres que habían hecho grabaciones en formato de vallenato y que no habían sido tan exitosas, debido a que cantaban, según Urrego “con voz muy femenina, canciones dedicadas a mujeres”. En esas cavilaciones, alguien le recomendó a la cantante Olga Pacheco, pero la descartó por tener una voz demasiado masculina, y lo que él tenía en mente era imponer una voz intermedia: ni tan femenina, ni tan masculina.
Urrego se acordó de una muchachita que había visto en el Festival Bolivarense del Acordeón, en Arjona, concursando con una canción de Víctor Méndez, pero cayó en cuenta que no tenía sus datos.
“En cuanto vi a la chica en tarima –relató Urrego--, me pareció que cantaba con mucho carisma, además de que su figura delgada y sus dientes pronunciados eran como un sello especial en su apariencia. Enseguida llamé a Víctor Méndez, y éste me hizo saber que la muchacha se llamaba Patricia y que era hija del acordeonista Carlos Teherán. ‘Pero ese tipo al único que le suelta la hija para que presente canciones es a mí’, me advirtió. Me desanimé un poco con esa advertencia, pero el desánimo se me pasó un día que me tocó acompañar a mi mamá a un salón de belleza del barrio Pie de la Popa, cuya propietaria era Luz Romero, la mamá de Patricia. Ella, después de unos minutos de verme allí sentado mientras atendían a mi mamá, me abordó:
—Me dijeron que usted anda buscando una cantante.
—Ando buscando una voz— le repliqué.
—¿Y cuál es la diferencia?
—Que cantante podría ser cualquiera, pero una voz que se ajuste a lo que estamos necesitando es lo más difícil de encontrar.
—Bueno, yo tengo una hija que canta.
Una vez se integró Patricia a las aspiraciones de Chela y Simancas, surgió la necesidad de ponerle un nombre al grupo. Ese día, después de un ensayo en el que Patricia sufrió lo indecible por aún no saber ajustarse a los cánones del vallenato estilizado, entre todos decidieron que para la próxima práctica cada integrante debía llevar un nombre, y el que más votos obtuviera sería el indicado para bautizar la agrupación
Al día siguiente, después del ensayo, se barajaron nombres como “Las damas del vallenato”, “Las especiales...”, “Las incomparables”, “Las cariñosas...”, “Las ninfas...”, “Las divas...” o “Dulzura vallenata...”, etc. Pero, en cuanto Chela explicó lo que contenía el nombre que ella proponía, en el sentido de que cada una de las integrantes tenía el espíritu de lo que representaban las musas de Homero, todos quedaron de acuerdo en que el conjunto debía bautizarse con el nombre que se volvió un sello inconfundible a nivel nacional e internacional: “Las musas del vallenato”.