12/01/2024
SOY PROFESORA DE PRIMARIA EN UN PUEBLO PEQUEÑO Y CREO QUE UNO DE MIS ALUMNOS NO ESTÁ VIVO. (HISTORIA REAL)
Soy profesora de primaria en un pueblo pequeño. Entre mis alumnos, había un chico inusual llamado Tomy. Era callado, nunca hablaba y no se relacionaba con los demás alumnos. Sin embargo, siempre sacaba notas perfectas en todos los exámenes.
Un día, por curiosidad, intenté charlar con Tomy. Pero se alejó rápidamente sin decir palabra. Tenía una cierta frialdad que resultaba bastante desagradable.
Decidí ponerme en contacto con sus padres. Sin embargo, en los registros de la escuela no había ningún dato. Me pareció extraño, pero me encogí de hombros pensando que se trataba de un error administrativo.
El aura críptica que rodeaba a Tomy despertó mi curiosidad. Intenté preguntar por él en el pueblo. La respuesta de todos fue sorprendentemente la misma: nadie lo conocía ni a él ni a su familia.
Un día, en una fonda local, la vieja Martha, una anciana residente conocida por su aguda memoria, me oyó hablar de Tomy. Me hizo señas para que me acercara, con una expresión de preocupación en el rostro.
Afirmó que había un Tomy que se ajustaba a mi descripción y que vivía en el pueblo, pero que había mu**to junto a sus padres en un accidente de coche hacía quince años. Se me heló la sangre, todo a mi alrededor empezó a dar vueltas. ¿Era posible que mi alumno fuera un fantasma?
Volví a la escuela al día siguiente con un n**o de miedo en la garganta. Me mantuve alejada de Tomy, que parecía tan normal como siempre, aprobando su examen de matemáticas. De alguna manera, me produjo escalofríos.
Empecé a rebuscar en los viejos archivos de la escuela, que estaban en un estado caótico. Tras días de búsqueda, encontré lo que buscaba: un anuario de quince años atrás. Allí estaba Tomy, con el mismo aspecto. El pie de foto decía: "En cariñosa memoria de Tomy, que nos dejó demasiado pronto".
Me asusté, pero decidí enfrentarme a Tommy. Después de la clase, le pedí que se quedara atrás. No se movió ni habló. Se quedó allí, de pie, mirándome con los ojos en blanco. Le pregunté si había mu**to hacía quince años. Tomy esbozó una sonrisa triste y escalofriante y dijo: "Sí, pero nunca se me habían dado bien las matemáticas. Quería aprenderlas bien".
Asustado y sin habla, le vi salir del aula, desapareciendo entre la multitud de alumnos del pasillo. Desde aquel día no volvió a mi clase.
Conté mi historia a algunos colegas. Algunos pensaron que bromeaba, otros que estaba alucinando. Pero la vieja Martha me creyó. Decidimos hacer un pequeño homenaje a Tommy junto al árbol de la escuela. Era nuestra forma de decirle que estaba bien seguir adelante.
Desde entonces, nunca me he encontrado con nada sobrenatural. Pero el incidente de Tomy me dejó una impresión duradera. En las noches silenciosas, cuando estoy sola, corrigiendo trabajos, todavía puedo sentir una brisa fría y ver el débil reflejo de un chico que me sonríe desde los pupitres vacíos. La experiencia fue un sombrío recordatorio: no todos nuestros alumnos llevan el peso de sus mochilas, algunos llevan el peso de sus almas, atrapadas entre mundos, no preparadas para la aventura que les espera.