15/12/2024
RELATOS DE MISTERIO, LEYENDAS Y TRADICIONES
POR LAS CALLES DE EL DIFÍCIL, MUCHOS ESCUCHARON
EL GALOPAR DE LO QUE DENOMINARON: “EL CABALLO SIN CABEZA”.
A mediados del siglo XIX en EEUU se suscitó la legendaria Leyenda del valle llamado Sleepy Hollow, o también conocida según relatos históricos, como “La leyenda del Jinete sin Cabeza”. Un corto relato en el que confluyen la superstición, el terror y romanticismo, la leyenda fue escrita por Washington Irving en 1820.
De acuerdo con la historia, “El espectro más infame del lugar es “El Jinete sin Cabeza”, de quien se dice es el fantasma de un antiguo soldado hessiano al que alcanzó una bala de cañón en la cabeza durante ‘alguna batalla sin nombre’ de la Guerra de Independencia de Estados Unidos y que "cabalga hacia la escena de la batalla en una nocturna búsqueda de su cabeza ". Sleepy Hollow, (1999).
Muy contrario a los relatos que comprenden esta leyenda universal, en El Difícil, resultaba muy común, pero inquietante a la vez escuchar el golpe de los cascos sonoros de lo que según los ancianos daban fe, no obedecían a ningún “Jinete sin cabeza”, sino todo lo opuesto. Aquel galopar que en horas nocturnas muchos tuvieron la oportunidad de escuchar, le endilgaron el calificativo del fantasma: “El Caballo sin Cabeza”.
Mis padres José María Benítez y Sol Marina Picalúa, formaron parte del grueso número de familias que en aquel afán por poseer un techo propio invadieron estos terrenos y surgió el barrio Ocho de Diciembre. Mis viejos, construyeron un humilde rancho con paredes embutidas de barro y boñiga de bovinos y techo de palma amarga, en la residencia que hoy pertenece a los descendientes de José de la Cruz Ochoa “Pachito”. Difícilmente, se me podrían olvidar las tormentosas noches que mi madre y mis hermanos vivimos recién mudados a este sector por las frecuentes visitas de brujas convertidas en pájaros gigantes y mi madre con el escobajo al revés peleando contra ellas, para que nos dejaran dormir en paz. Fueron repetidas las visitas de estos seres que llegaban con la intención de asustarnos o quizás con qué propósitos, mi madre una mujer de temple no se rendía ni doblegaba fácilmente.
De niño, escuchaba los cuentos y relatos de misterios que merecían centrar toda nuestra atención. Cuando escuché hablar de un misterioso caballo que cabalgaba desde la última calle del barrio que conocíamos como “La calle de los Capataz”, cruzaba por la calle que denominábamos “La calle de Romero” y doblaba por la “Esquina Caliente” o “Esquina de Picalúa” y luego descendía por nuestra calle, cambiando su recorrido en cada salida. La callejuela donde vivíamos, era un suelo agreste de peña mu**ta que se convertía en un resbaladero tanto para las personas, como para los burros cuando se movilizaban cargados de agua del pozo “El Manguito” o con la leña y los productos de pan coger de los agricultores que como mi padre hacia uso de ese pedacito de calle.
La peña mu**ta, se traducía en el mejor instrumento para que los cascos del caballo generaran un mayor eco y se escucharan con intensidad a una gran distancia. Insisto, parece increíble, pero lo recuerdo como si fuese hoy, finalizando la década del 70, por allá en el año 1979. Después de habernos acostado un poco tarde escuchando las historias de los viejos: Eusebio Támara, “El Negro de Ávila, Eduardo Tapia, mi padre, entre otros. Sin la existencia del fluido eléctrico, nos dispusimos a descansar. Incómodo por el calor me trataba de acomodar en la hamaca, los mosquitos tampoco contribuían mucho en disfrutar a plenitud el concilio del sueño. Sin medir, hora exacta, quedé estupefacto cuando escuchaba a lo lejos el sonido de un caballo que se acercaba cada vez más. No salía de mi asombro, cada instante que transcurría, el golpe de sus cascos se oía más intenso. Lo escuché al doblar por la esquina donde todas las mañanas los pelaos del sector nos sentábamos en el pretil de Abigail Yance, “La vieja Vigo” a mamar gallo. El corazón se me quería salir, pero no murmuré palabra alguna, mi padre roncaba como un viejo león africano, al pasar enfrente a nuestra humilde casa, lo escuché en su avanzada como resoplaba y sus cascos sonaban de manera fuertísima.
Al siguiente día, varios viejos hablaban que habían escuchado el sobrenatural sonido del misterioso caballo. Otros en cambio, incluyendo mis viejos indicaron que ellos no se percataron de lo que aquellos afirmaban habían escuchado, que mientras se podía descansar y las brujas lo permitían había que dormir a cuerpo de rey. Por mi parte, preferí reservarme y no comentar algo al respecto, puesto que muy seguramente me tratarían de embustero. Al cabo de unos días le comenté a la vieja Sol, lo que mis oídos escucharon; ella quedó perpleja, no lo podía creer.
En una ocasión, dialogando con Miguel Ángel Sánchez Ospino, todos en el Ocho llamamos por cariño “Migue Mellao”, me comentó. – Vea viejo Robert, de apariciones aquí en el barrio, recuerdo cuando se oían los comentarios que salía el caballo sin cabeza. Aquí en el Ocho, en esta calle (la calle de “los Capataz”). Le voy a decir usted que yo, nunca, lo sentí. Pero oía los comentarios antes, ahora no, “La Negra”, mi esposa, sí lo sintió una vez. Ella me llamó, estaba yo dormido y me llamó y me dijo, mijo oye donde va el caballo, va sonando los estribos. Le dije, tú siempre estás viendo visiones y escuchando cosas raras. Aquí en esta calle del barrio Ocho, salía “El caballo sin cabeza”, afirmó Migue Mellao.
De otra parte, en una conversación que sostuve hace varios meses con Juan Manuel Acuña Villalba: “Juancho”, me hacía un recuento del tiempo aquel cuando reubicaron “Las Palmitas” y surgió “El Televisor” retrocedió en el tiempo indicándome que por allá en 1974 más o menos, frecuentaba estos prostíbulos. – Yo era bebedor allá, una noche después que cerraron esos negocios, yo venía bajando la famosa “Loma del Televisor” oía a los lejos una perrada allá arriba por los lados del Ocho, aullando, daba miedo escuchar como ladraban los perros. Oía como le traqueaba el casco al caballo” afirmaba “Juancho_”.
Mientras recordaba, aquel intranquilizante episodio. – Eso hace tanto tiempo, que todavía al recordarlo se me eriza el pellejo. Yo salí corriendo, corriendo, y subí por aquí por el callejón de los Navarro por donde es mi casa hoy, en aquel entonces vivía donde los suegros. Ve, Robert entre más corría más cerquita lo oía; me orillé y me escondí en la casa que está enfrente de los Mendoza y sacaba la cara, ahí mismo, oía que entre más me asomaba, más cerca se oía el caballo así, tacatá, tacatá, tacatá. ¡Ve! Y eso, los perros aullaban, unos gritaban, otros lloraban, los perros, era una cosa espeluznante”.
El dato más inquietante revelado por “Juancho” al referir. – La gente decía que aquí salía un caballo sin cabeza, otros que salía un caballo bien aperado. Yo lo vi, sin nada; no llevaba nada puesto. Ese caballo, me pasó ahí, recostadito en la esquina aquella de la casa de Martha, parece como si hubiera sabido que yo estaba allí escondido, porque disminuyó la carrera que traía y caminaba muy elegante, era un caballo bayo que brillaba como el oro, era muy vistoso, de abundante pelo en el cuello y la cola, pero iba caminando cuando pasó por el frente mío, tra, tra, con sus pasos. ¡Uy! Elegante, como bailando en la calle”, comentó invadido por los nervios.
Finalmente concluyó. – Lo vi hasta cuando llegó a la esquina, y se le oía el casco cuando iba subiendo la Loma de Tres Esquinas así para allá. Ve, mira, yo echo el cuento y se me eriza el pellejo todavía, no vayas a creer que yo estaba muchacho y era bandido ya, ¡uy…risas!
Autor: Robert Luís Benítez Picalúa