18/05/2025
El 23 de noviembre de 2014, una cálida mañana en Cancún, Roberto Gómez Bolaños se despertó como todos los días. Aunque su cuerpo ya no le permitía caminar con la soltura de antes, su mirada seguía cargada de chispa. A sus 85 años, seguía escribiendo a mano en hojas sueltas. "Chespirito", como el mundo entero lo conocía, ya no estaba frente a las cámaras, pero su mente seguía imaginando historias.
Afuera, el mar caribe brillaba como si supiera que pronto se apagaría una estrella. Su esposa, Florinda Meza, lo acompañaba en silencio. Él le pidió que abriera la ventana. Quería sentir el aire. Quería oír los pájaros.
Roberto había nacido en Ciudad de México el 21 de febrero de 1929. Su madre, Elsa Bolaños Cacho, era secretaria bilingüe. Su padre, Francisco Gómez Linares, era dibujante y caricaturista. De él heredó la creatividad; de ella, la ternura.
A los 42 años, cuando muchos piensan que su mejor etapa ha pasado, Roberto creó El Chavo del 8, una serie que cambiaría para siempre la televisión de habla hispana. Se emitió por primera vez en 1971, y aunque estaba ambientada en una vecindad ficticia, hablaba de algo muy real: el amor, la amistad, la inocencia.
Durante más de 20 años, su personaje del Chavo—un niño huérfano que vivía en un barril—enterneció a generaciones. No por lo que tenía, sino por lo que sentía. En él, los niños vieron esperanza. Y los adultos, nostalgia.
Pero en su vida real, Roberto también tuvo pérdidas. La más dura, quizás, fue la de sus piernas, poco a poco. En sus últimos años ya no podía caminar. Aun así, cada mañana pedía que le acercaran un cuaderno. Seguía escribiendo. Seguir creando era, para él, seguir respirando.
El 28 de noviembre de 2014, a las 2:30 de la tarde, su corazón se detuvo. No hubo escándalos. No hubo despedidas televisadas. Solo un silencio enorme.
Días después, en el Estadio Azteca de Ciudad de México, más de 40 mil personas se reunieron para darle el último adiós. No era un funeral. Era un homenaje. Entre globos, flores y niños disfrazados del Chavo y Chapulín Colorado, su ataúd recorrió el campo, mientras miles aplaudían de pie. Nadie lloraba con gritos. Todos lloraban con gratitud.
En uno de los palcos, Florinda Meza levantó la vista al cielo y susurró: “Gracias por tanto amor.”
Y es que el legado de Chespirito no fue solo hacer reír. Fue recordarle a millones que la bondad existe, que el respeto no pasa de moda, y que incluso en los personajes más humildes habita una dignidad inmensa.
Hoy, a más de una década de su partida, sus frases siguen vivas. “Fue sin querer queriendo”, “Síganme los buenos”, “Se me chispoteó”. Pero más que frases, son pequeñas llaves que abren el corazón de quien las escucha.
Porque Roberto Gómez Bolaños no solo creó personajes. Creó refugios. Y en cada niño que ríe frente al televisor, aún vive su risa.