20/09/2020
Primera Línea - Prensa
El 17 de julio de 1973 es la fecha del último registro que se tiene de Víctor Jara deleitando a su audiencia. Desliza sus manos por el mástil de su instrumento y saca de sus pulmones un manifiesto para el pueblo.
Para el 16 de septiembre sus dedos ya no podían pulsar las cuerdas de su guitarra. Estaban fríos, quebrados con maldad implacable.
Su cuerpo yace en las cercanías de la población Santa Olga con 44 impactos de bala, completamente inmóvil.
Cinco días antes, para el golpe de estado perpetrado por Augusto Pinochet, el icónico cantautor popular fue detenido por militares junto a varios profesores y alumnos de la Universidad Técnica del Estado.
Luego, fue conducido a las dependencias del Estadio Chile para nunca más salir con vida. Sus gritos de dolor resonaron entre las paredes de los camarines cada vez que un soldado golpista apagaba un cigarro sobre su piel.
Finalmente, quebraron sus dedos uno a uno y cortaron su lengua.
Y aún así, a pesar de todo, no lograron acallar su voz, que aún viva, en la musicalización de un pueblo maltratado por el neoliberalismo, se ha convertido en un símbolo de lucha y resistencia popular.
Durante los días que estuvo en el lugar que lo vio morir, jara escribió un poema, plasmando su último aliento creativo entre líneas.
“¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!
Llevan a cabo sus planes con precisión artera sin importarles nada.
La sangre para ellos son medallas.
La matanza es acto de heroísmo.
¿Es éste el mundo que creaste, Dios mío? (…)