Alerce

Alerce Publicación periódica de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) Encuéntranos en Simpson 7 (Metro Baquedano) y escríbenos al correo [email protected]

ALERCE N°83, JULIO DE 2021. DIRECTOR: DAVID HEVIA.PAULINA SEPÚLVEDA, LA BELLA BÚSQUEDA DE COLOR EN LOS VERSOS Nacida en ...
20/07/2021

ALERCE N°83, JULIO DE 2021. DIRECTOR: DAVID HEVIA.

PAULINA SEPÚLVEDA, LA BELLA BÚSQUEDA DE COLOR EN LOS VERSOS

Nacida en Santiago de Chile en 1983, Paulina Sepúlveda Pérez forjó una dimensión de su andar por la plástica en la Escuela de Artes Aplicadas Oficios del Fuego, y entre una y otra pincelada la textura de su obra imprime en el color poemas como estos que la gaceta Alerce publica a continuación.

La oscuridad aproxima su llegada
Tragando a bocanadas lo que queda del día
¿Y de mí qué queda?
La belleza de las nubes rosadas
Adentro
El apetito de pintar
El rechazo de la invitación
Que me hace
Un atardecer inminente
Adentro
Vivo la batalla en el reconocimiento de una gloria solitaria
Mastico el triunfo
Y en mi lengua
La textura de un momento
Se repite
Como un molusco
Mis labios se cierran
Abrigando su memoria
Profunda

***

Busco en mí
Ese lugar
Donde alguna vez habitó
Esa parte de mí
Me ubico en posición fetal
Intentando encontrarla
Y el vacío responde
En mi memoria
Esa parte de mí se ha ido
Y en mí mirada
Se dibuja
Su ausencia
Mi piel registró
El paso de mi tiempo
Con ella
Mi carne generosa
Y deshabitada
Suelta
En un hálito
La congoja de buscar lo que no encuentra

***

En el primer amanecer de invierno
Un cielo suave cubre la ciudad
Entre la cordillera
Y los transeúntes
Se escurre el vaho
De la respiración humana

Hay algunas herramientas móviles
Que dicen llevar
De un punto
A otro punto

Hay algunas acciones
Que se proclaman
Sobre un sentido

El disfraz permea los momentos
Para no reconocer la indiferencia
En el paisaje de lo que somos

Si la voluntad se nos apaga
Podemos morir
O algo peor
Podemos morir dentro de lo que somos

Dentro de esta cáscara
Se enmarañan las ideas que envuelven al ser

Invitado a vivir el riesgo de vivir una vida

En la invitación están escritas las siguientes indicaciones

Seduce
Explica
Provoca

Y por un momento se revela

Lo que somos
Y lo que evitamos ser
Para seguir siendo

Paulina Sepúlveda Pérez

OMAR LARA (1941-2021)

Poeta, traductor y editor, Omar Lara Mendoza es autor de una obra que integra ya el acervo literario nacional, forjando escuela para las nuevas generaciones de escritores en el país. Fundador del grupo Trilce y de la revista del mismo nombre, su incansable quehacer en el ámbito de la cultura y de las letras le valió el temprano reconocimiento de sus pares. “Omar Lara llegó a la poesía chilena a poner puntos sobre las íes, a poner los puentes bajo los ríos, los crepúsculos a la vera de los caminos de tierra, a poner la lluvia en la madera y en los papeles sueltos en el aire”, señaló sobre su trabajo Fernando Alegría, quien observó, asimismo, que el vate nacido en Nalalhue “llegó a señalar los límites de La Frontera no a gritos, como se hacía antes, sino con voces que no siempre son palabras; más bien dicho, con silencios entre las frases y largas cascadas de color blanco estirando sin fin la extensión de sus breves poemas”.
Del emblemático grupo Trilce, su creador diría que “nació solamente para jugar un poco y no aburrirnos en el invierno valdiviano. Pero vino la revista, vinieron los encuentros, vinieron las publicaciones individuales y colectivas. Solo vinieron, como el aire o la lluvia”. Luego del Golpe Militar, el poeta estuvo preso y pronto iniciaría el exilio; en Perú primero y finalmente en Rumania, donde se graduó en Filología en la Facultad de Lenguas Romances y Clásicas de la Universidad de Bucarest. Esa época constituyó, además, el punto de partida de una serie de galardones, entre los que cabe destacar el Premio Casa de las Américas de Cuba (1975), el Premio Internacional Fernando Rielo (1983), la Medalla Mihai Eminescu en Rumania (2001), la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda (2004), el VII Premio Casa de América, de España (2007), y el Premio Nacional de Poesía Jorge Teillier (2016). Autor de obras como Argumento del día (1964), Oh, buenas maneras (1975) y Papeles de Harek Ayun (2007), la gaceta Alerce señaló en su número 76 que Omar Lara es responsable de “versos que trazan la imagen con suaves pinceladas”.

David Hevia

EL DESINCONSTITUCIONALIZADOR

Un espíritu inclinado a aspirar muy en puntas de bototo humos de fumadero habrá notado, en la alta hora del trasnoche independentista, que después de las tinieblas no puede venir sino la luz, tal y como un alma aficionada a los malentendidos creyó todavía mejor afirmar que esa independencia se defendería sola, o por la razón o la fuerza, siendo que un lema mucho más certero, cabal, imperecedero, es el que de lunes a viernes, y de lunes a domingo, inclusive, brota del pecho del ciudadano emprendedor cada vez que le toca admitir que en este país nada hay que se le compare, señoras y señores, damas y caballeros, a llegar del trabajo a la casa. De hecho, si a Miguel le correspondiera una atribución como esa, la de reescribir la cinta que por debajo del escudo pisa por un lado el caballo y por el otro la paloma, mañana mismo le pediría a la María bordar ahí, con alambre de púas, que nada se compara a llegar del trabajo a la casa, de acuerdo; pero no a los treinta, a los cuarenta o a los cincuenta años, cuando el cuerpo aún responde a estímulos que valen la pena, sino a su edad, a la de sus míseros setenta años.
La puerta se cierra y con ese acontecimiento la jornada que acaba de pasar queda por fin del lado que la justicia doméstica le impone: afuera. Adentro, donde los resabios finales de hoy se mezclan involuntaria y tristemente con las aprensiones de mañana, los caminos de uno y otro se separan: mientras Miguel parte a desplomarse a lo largo del sillón Luis XIV de la suite, la María se instala como la reina y soberana que es, ha sido y será del salón, sobre su taburete favorito del bar. Aquí uno afloja prendas de vestir; allá el otro la tapa rosca de la botella que recetó Jaime, el médico, para esta semana, y así es como pasan las tardes: parafraseando al poeta, igual que cheques en manos de hombres generosos… Así llegan las noches, también, con la puntualidad obsesiva de un tic nervioso, a integrar la rutina que este último tiempo, en horario de invierno, los junta en el comedor para cenar y los separa una vez más —uno al sillón Luis XVI de la suite, el otro a su taburete favorito del bar—, cuando el minutero con incrustaciones de zafiro en la muñeca de Miguel parece trabarse entre las incrustaciones de zafiro del nueve y las del diez, y la saciedad, aparte de aletargar el cuerpo, masajea poco a poco la mente. ¿Son tan míseros, al fin y al cabo, sus setenta años? En un sentido, piensa Miguel; en un sentido literal, vuelve a pensar, esta vez con un cigarro nuevo entre los dedos, es como lo manifestara tantos siglos atrás nadie menos que el mismísimo Ovidio, al que la abundancia también lo hizo pebre.
Al que la abundancia también lo hizo pobre.
—Oye, viejo —le dice como siempre, desde el salón, la María. Se lo dice con la entonación y el volumen que usó ayer, hace una semana y el mes pasado, sin rastros de sorpresa o de reproches en la voz, solo la evidencia de haberse rebajado a sintonizar por un par de segundos el noticiero local, masoquismo que le anuncia a Miguel, con todas sus letras, de la primera a la última, la frase que sigue—, fíjate que de nuevo estos jetones pretenden acusarte constitucionalmente.
De Tacna a Campos de Hielo Sur, de Mendoza al mar, no existe ni podrá haber palabra más bendita que esa, pronunciada a duras p***s, no por, sino a pesar de la lengua traposa de la María: constitucionalmente. Qué puede importar el resto, cuánta sorpresa y cuál reproche haber si esperar algo distinto, original, es imposible. Por las paredes cavernosas de la memoria de Miguel restalla el eco de la recomendación que le hiciera su tío, el Cardenal Mazarino, cuando posando en su rodilla una mano hecha de ramas y hojas secas le dijo escúchame bien, sobrino, ¡escúchame!; si a pesar de tu inteligencia y contra todo sentido común decides un mal día meter los codos en política, asegúrate de llevar un espejo delante de ti, para poder observar lo que sucede a tu espalda, advertencia que a la postre vino a encabezar la interminable lista de consejos ¿ignorados?, no, ¿desatendidos?, quizás, por ingenuidad o por el orgullo de no querer sacar con ademán histérico un retrovisor de su manga y ver que por la derecha, por ejemplo, los puñales están más cerca de lo que aparentan. Ahora es otra voz, ya no el timbre beato de su tío, la que se esmera en agregar a aquella lista suya el mejor de los peores consejos posibles (¿o es el peor de los mejores consejos posibles?): renunciar, tirar la bandera, arrear la toalla. Suena fácil, suena demasiado simple; se quitaría un peso monumental de encima, pero ¿a costa de qué? De no reconocerse a sí mismo en el trayecto, como si fuese otro, un imitador, un impostor, un payaso el que estuviera renunciando por él. Y ¿renunciando a qué? A su —legítima— compensación por años de servicio? ¿A su finiquito legal? La voz habla, se desdobla, con frecuencia se multiplica y asemeja un coro, entonces Miguel siente que es capaz de vislumbrar con absoluta claridad quiénes la componen, porque al principio es un zumbido de millones, diez, quince, veinte millones; luego, como pájaros que se desbandan a fogonazos, la multitud disminuye, se vuelve cientos de miles, decenas, un millar, y de lo que partió siendo una masa colérica e informe emergen, nítidos, siete u ocho rostros familiares, con suerte una docena, que más que renunciar le sugieren dulcemente descansar. Y Miguel, complaciente, obedece. Suspira, bosteza y, con lágrimas en los ojos, murmura:
—Al rey de la constitucionalidad, lo quieren inconstitucionalizar…
Él y el sillón crujen cuando se levanta de un empujón. Tambaleándose resiste el mareo, porque ha llegado la hora de resolver, de pie, un asunto de mayor importancia: ¿dónde habrá quedado el encendedor…? Podría perfectamente ir a la cocina y quedarse fumando ahí, o en el salón, con la María, pero no es a esos rincones que el destino lo llama: camino al baño se deja arrebatar, con la puntualidad compulsiva de las noches, por el tic nervioso que en la penumbra del pasillo lo hace bailar una coreografía que parece urgente, por lo irrefrenable, y alegre, por la gracia que su cuerpo impone a cada paso. Iluminado por los focos que enmarcan su reflejo en el espejo, Miguel se aferra a los bordes de mármol negro del lavabo: allí, esperando que alce la vista, aguarda el imitador de su juventud, ese impostor que a través de arrugas, pliegues y surcos lo mira sin ofrecer sonrisas, solo dos cráteres bajo las cejas que amenazan conducirlo a ese abismo sin solución, a ese problema sin fondo que es el pasado. Una gota de sudor frío rueda por su frente, cae de su sien izquierda al bolsillo de su camisa y, palpando la zona, Miguel festeja: encontró el encendedor.
—El que lo inconstitucionalice… —dice, y sosteniendo una mano con la otra, encaja el cigarro entre los dientes más firmes de su placa. Cuidadosamente, a continuación sube la llama, lo enciende y sonríe mirando al frente. El impostor, sin embargo, también sonríe, ¿por qué…? Miguel no tarda en descubrirlo: porque acaba de verlo encender el cigarro por el filtro, María, y no por la punta.
De repente, sin que él se lo pida, la vida le obsequia a Miguel la oportunidad de reconocer un error y, habiéndolo reconocido, poder rectificarlo. Pues bien, ahora va a fumar su cigarro tal y como está, quemará el filtro hasta sentir que aspira tabaco, y entre tanto, mientras los punteros de su reloj se constelan en torno a las incrustaciones de zafiro del once, saca del cajón inferior del vanitorio, ese en que la María guarda cremas, lociones y regalos afines en conserva, un pequeño cofre de madera. Es un cofre viejo, de madera negra, que tuvo aplicaciones de plata pulida. Antes, al mirarlo, Miguel pensaba de inmediato en la inmortalidad, en sobrevivirlo todo; últimamente, en cambio, piensa en lo inapelable de la muerte, en que si bien Jaime asiente con esa mueca petulante de optimismo cada vez que lo examina y ausculta su billetera, hoy ap***s revive, cada vez peor, la sensación de invulnerabilidad que experimentaba en sus tiempos mozos, cuando, como ahora, abría ese cofre y su alma y su espíritu se estremecían en presencia de su tesoro: oro blanco, oro en polvo, oro blanco en polvo.
En términos de alegría pura, de goce definitivo, ese momento es el único que Miguel podría comparar al de llegar del trabajo a la casa. Algo hondo en su interior rejuvenece; su nariz y su laringe arden con nostalgia, ya solo es cuestión de tomar a pulso la palita que sobresale del montículo, colmarla de ese veneno amigo, y el comunicado oficial dirá que su muerte fue pacífica y que transcurrió en el sueño, el sueño de un país más justo y solidario. Su cortejo fúnebre será multitudinario, tanto o más que el de otros próceres, hijos de la patria; fieles a la tradición —cualquier coincidencia, en este punto, solo podrá ser similitud—, en rincones y esquinas habrá puñados de sátrapas celebrando su muerte, celebrando que por fin está tan mu**to como ellos por dentro; y qué remedio… A ellos dejará, como material de lectura, debajo del amado esposo, amado padre y amado hermano de su epitafio, la suma total de su patrimonio en dólares. Y en Campo Santo, entonces, en espléndidas galas de luto, la María romperá sus votos de silencio y dirá al país, al mundo y la comuna que si le tocase elegir una palabra con la que resumir su muerte, ella, que custodió la ofrenda de su último aliento, que cerró sus párpados con monedas que el Espíritu Santo debió cobrar, porque en un descuido desaparecieron y nadie más volvió a verlas, usaría la misma palabra con la que resumiría su vida, su ser, su constitución misma… Dignidad. Miguel, dirá la María, tuvo una muerte digna.
El corazón de Miguel corre, acelera, bombea recto a los sentidos; vasos y capilares estallan al paso de la sangre: su vista discierne cada ínfimo grano de co***na, su olfato y su gusto clasifican en un orden invisible los metales de su aliento, y su oído, de pronto, capta el ruido sordo de un cuerpo que cae en el salón, amortiguado por la alfombra, y el tañido del cristal de una copa que rueda sobre el parquet sin quebrarse. Un gemido largo se agudiza llamándolo y Miguel, tras apartarse lentamente del cofre, sale sin prisas ni ceremonias del baño, atraviesa el pasillo y encuentra a la María tendida en el piso, junto al bar, riendo mientras estira un brazo para alcanzar la copa que se le resbaló, según balbucea, y la botó de su taburete.
Igual que ayer, hace una semana y un mes, Miguel ayuda a la María a levantarse y arrastrarse al sillón Luis XIV de la suite. Al verla sentada allí, con la melena entre los dedos, Miguel pasa de sentir esa cuota de vergüenza ajena que los años han vuelto costumbre, y que sin lugar a dudas es mutua, a un arrobamiento súbito de amor jovial y piadoso, porque al menos en esa representación cotidiana de la humillación no consigue verse reflejado. No; estando ella ahí, como una matriarca deshecha, ya no es él —el Gran Padre, el Gran Hermano de nuestra República— el chiste de la noche. Es ella: la María, la Gran Madre que en el fondo y en la superficie, con sillón Luis XVI incluido, es la imagen más poderosa que tenemos, quizás, de nuestra democracia. Antes de ir a la cocina, donde hervirá agua para el café y fumará un cigarro como corresponde, Miguel se dará el tiempo de guardar su viejo cofre en su escondite, teniendo en mente, como lo tendrá el día en que nadie lo interrumpa, ese verso de Pablo Cernuda que es, tal vez, honestamente, uno de sus favoritos: qué bella fue la vida, ¡y qué inútil…!

Omar Alarcón Román

ALERCE. N°82, JUNIO DE 2021. DIRECTOR: DAVID HEVIA.VICTORIA RAMÍREZ LLERA: UN BATIR DE PÁGINAS QUE VA ALZANDO EL VERSONa...
12/06/2021

ALERCE. N°82, JUNIO DE 2021. DIRECTOR: DAVID HEVIA.

VICTORIA RAMÍREZ LLERA: UN BATIR DE PÁGINAS QUE VA ALZANDO EL VERSO

Nacida en la capital el 13 de junio de 1982, Victoria Ramírez Llera se tituló de periodista en la Universidad de Santiago de Chile (Usach), diplomándose además en Literatura en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (UCV). Es coautora del poemario Juntas y revueltas, publicado en 2014 y escrito junto a Liz Gallegos. Responsable de Desarraigo (poesía, 2016) y de María Monvel, los lirios mu**tos de la faz (ensayo y antología, 2017), versos suyos fueron seleccionados en el volumen Pánico y locura en Santiago (2017), a cargo de la editorial Santiago Ander. Actualmente, la poeta se desempeña como editora general en Ediciones Liz ―donde también ejerce como correctora de estilo― y es miembro del equipo editorial de la gaceta Léucade, en la que redacta artículos y guiones para el programa literario Barco de Papel, que se emite semanalmente a través de las ondas de Radio Nuevo Mundo.
Ad portas de la publicación del poemario La jaula se ha vuelto pájaro. Versos de invocación a Alejandra Pizarnik, las siguientes piezas de esta página de la gaceta Alerce son el inédito anticipo de dicha obra, que irrumpe en la escena de las letras con precisa y preciosa impronta dialógica.


Alejandra
la jaula se ha vuelto pájaro
la jaula se difumina
como un barco
al otro lado
del trémulo horizonte

Alejandra
la jaula se ha vuelto pájaro
y en su vuelo subyace
un sonido que arrastra
la premura del tiempo

¿Qué haré con el vuelo?
¿Qué haré con el vuelo?

***

Alejandra
la jaula revolotea
con plumas talladas de acero
y el peso de la gravedad
arrinconado
espera en mi corazón de pájaro

¿Qué haré con el hastío?
¿Qué haré
Alejandra?

***

Alejandra
la luz que incendió tu sonrisa
baila en las aceras
con palomas polvorientas
mientras mis manos
cuentan los días
para dormir en tierra de mu**tos

¿Qué haré con la vida?
¿Qué hacer con tanta vida?

***

Alejandra
siento el castigo del aire
insuflar vida
como el suspiro putrefacto de un dios
entra a una mujer de barro
y despierta monstruos
del letargo
que mece mi sangre
un torrente de monstruos
que destruyen el aire

Alejandra
la jaula recibe monstruos
alimentados con mi corazón

¿Qué haré con ellos
Alejandra?
¿Quién más cuidará a estos demonios?

***

Alejandra
a la hora del desastre y el vacío
mi cuerpo se llena de cerrojos
no hay lugar para otra piel
entre estos labios sangrantes
que el miedo calla
frente al deseo condenado
de borrar todos mis nombres
de borrarme ahí
donde tu nombre resuena
Alejandra

¿Qué haré con el silencio?
¿Qué haré con tanto silencio?

***

Alejandra
tengo treinta y ocho años
y no morí a tu edad
Alejandra eterna de treinta y seis

Tengo treinta y ocho años
y una historia donde
no quedan estrellas

¿Qué haré con los años?
¿Qué hiciste con tus años?

***

Alejandra
un día quise consumar la vida
y fracasé estrepitosamente
se diría que estallaron
mis últimas esperanzas
disueltas en decenas de pastillas
pero mi sangre es fuerte
Alejandra
y volvió roja y limpia

¿Qué hacer con los calmantes
Alejandra?
¿Qué hacer con los somníferos
cuando la vida no duerme ni calla?

***


Alejandra
burlona en el espejo
una imagen me devuelve el fracaso
otro suicidio duerme en el mar

Alejandra
ningún barco me espera
me conformo con un ataúd
o una barcaza que navegue
al otro lado de la vida

¿Dónde duerme la muerte
Alejandra?
¿Dónde yace nuestra propia muerte?

Victoria Ramírez Llera

LAS ARTES PLÁSTICAS DE ROSER BRU DIBUJAN LA HISTORIA DE NUESTRA LITERATURA

Entrañable amiga de Pablo Neruda, la pintora y grabadora Roser Bru (1923-2021), una de las muchachas que llegó a bordo del Winnipeg en 1939, desarrolló en Chile un intenso trabajo creativo que hizo escuela y le valió, entre otros múltiples reconocimientos, el Premio Nacional de Artes Plásticas en 2015. Sus inquietudes intelectuales desembocaron siempre más allá del lienzo, y es así que, por ejemplo, José Ricardo Morales, quien también hizo la emblemática travesía que trajo al país a más de dos mil refugiados españoles, seleccionó poemas inéditos ―o nunca antes compilados en un volumen― de vates como Antonio Machado, José Moreno Villa, Juan Larrea, Rafael Alberti y Luis Cernuda. La publicación, Poetas en el destierro (1943) corrió por cuenta de la editorial Cruz del Sur, y en sus páginas Bru fue artífice de las ilustraciones. Lejos de constituir ese hecho una excepción, en 1944 salió de imprenta, por iniciativa de Roque Manuel Scarpa, Voz celestial de España. Antología religiosa, cuyas 900 páginas comienzan con Santa Teresa y Fray Luis de León y concluyen con Miguel Hernández. Allí, bajo el sello de Zig-Zag y la tuición del gran Mauricio Amster, la dimensión gráfica quedó en manos de la artista. La misma casa editora publicaría la icónica novela María, de Jorge Isaacs, con dibujos de Bru.
En esa misma línea, la colaboración de la creadora con los escritores chilenos sería notablemente fecunda. En 1947, realizó la portada de La niña de piedra, de Hernán del Solar, libro que vio la luz a instancias de la editorial Rapa Nui. En 1960, en tanto, fue la excelsa Marta Brunet quien vio cómo su obra Aleluyas para los más chiquitos, publicada por Editorial Universitaria, se nutría con los dibujos de la artista. Dos años más tarde, el poemario Umbral de sombra, rubricado por Macías y preparado por la Imprenta Arancibia Hermanos, llevaría los trazos de ella en la tapa. En 1963, por lo demás, fue la responsable tanto de la gráfica como de la maquetación de Manifiesto, de Nicanor Parra, con la mítica editorial Nascimento, mientras que en 1965 ilustraría Poemas infantiles, de Efraín Barquero, a instancias de Zig-Zag. Ese mismo año, la obra de la artista sería el eje del recordado volumen que pondría en marcha junto a su amigo poeta y futuro Premio Nobel de Literatura: Diez odas para diez grabados de Roser Bru, que firmó en coautoría con Neruda en las barcelonesas Edicions del Laberint, y cuya primera tirada circuló en 216 ejemplares de tapa dura, estuchados e impresos en papel de hilo con filigrana creada por la propia pintora.
El incesante quehacer de Roser Bru seguiría su camino entre una y otra página por décadas, como bien testimonia el libro Estrellas fijas en un cielo blanco, que el poeta Óscar Hahn publicó en 1988 al alero de Editorial Universitaria, con dibujos de la grabadora chilena de origen español. Dar forma y colores a la literatura es parte del inmenso legado que deja al mundo esta creadora universal y valiente defensora de los derechos humanos, quien siempre tuvo tiempo para conversar y fuerzas para afirmar, una y otra vez, que “mientras se me ocurran cosas estoy viva”.

ALERCE N° 81, MAYO DE 2021. DIRECTOR: DAVID HEVIAFÍSICA Y POESÍA SE DAN CITA EN LA OBRA LITERARIA DE YASMÍN NAVARRETE Na...
01/05/2021

ALERCE N° 81, MAYO DE 2021. DIRECTOR: DAVID HEVIA

FÍSICA Y POESÍA SE DAN CITA EN LA OBRA LITERARIA DE YASMÍN NAVARRETE

Nacida el 20 de enero de 1987, la poeta chilena Yasmín Navarrete creció en un ambiente en el cual la belleza de la ciencia aparecía como un eje fundamental frente a sus inquietudes personales. Así, tras formarse en el Liceo Carmela Carvajal, ingresó a la carrera de Física en la Universidad de Chile, posgraduándose en esa disciplina, en el marco de una búsqueda que la llevó también a cursar estudios de Neurociencias. Para entonces, las letras ya calaban hondo en su quehacer, lo que se expresó en su participación en tertulias universitarias y en antologías. A la fecha, ha publicado los libros Fuera del equilibrio (2013) y Por Descartes (2017). De su obra, en la que se respira una exploración sensible y lúdica, destacamos los poemas incluidos a continuación.

IMPOTENCIA

Siento frío entre la gente.
Siento calor en este pecho ardiente.
Siento ansiedad estando acá sin que nada pueda pasar.
No sé, no sabré, no sabemos.
No tenemos rencores y eso nos aplaca estando lejos.
Cuál es la verdad de este tiempo insulso, iluso, roto, cortado de ilusiones abstractas.
Quizás el huracán sea la metáfora al temor por despertar.

ESTRELLA OSCURA

Y el agujero negro danza buscando el amor en otros universos perdidos,
esa estrella dormida en otras dimensiones, en toda esa gravedad, su propia oscuridad.
Es el sol mu**to y vivo, perdido en la mente de un ciego.

UNA TEORÍA DE CUERDAS

Mi cuerpo suena como las notas de tus colores,
y generan esas partículas como universos de tus ojos fríos.
Y cada vacío es el terror a un nuevo universo sin tus besos.
Y cada desconexión es esa conexión con lo infinito llena de versos
Y las cuerdas me tocan con tu voz que afina lo insondable
De fechas innumerables
Constelaciones perfectas del pétalo, su óvulo universal.
El tiempo no existe mientras el origen anteceda la explosión. Mientras soy ese
instrumento que se afina en el silencio... la ausencia de tu palabra.

IMPLICANCIA

Si la física fuera un poema,
si los poemas fueran ciencia, si las palabras se bailaran,
si estudiar no fuera un modelo universal.
Si los modelos tuvieran sentido, si los sentidos fueran un espiral. Y los espirales llenos
de palabras como lluvia al rocío.
Si la vida no fuera el androide de un virus mental. Si los tambores fueran ritmos del cuerpo.
Si el cuerpo nos tocara más seguido y gritara.
Si el grito se convirtiera en danza.
Y la danza nos desenmascarara.
Tantos años de cicatrices y pantomimas.
Tantas corazas descorazonadas.
Y el corazón es el que decanta.
La muerte, siempre es la muerte... el afán por recordar de nuevo. El ritmo en su corazón invisible.

SAMSARA

En este afán por llenar mi vacío.
En ese afán por querer mirar y ver en ti lo que ilusoriamente me falta.
En ese afán de mi mente por experimentarte para encontrarme. En ese afán me olvidé y
encontré en el silencio la desintegración de todas las formas, mi propio reflejo.

METÁFORA

La gravedad se presenta cuántica
en esa luz curvada por el tiempo.
Es la aparente soledad de una estrella oscura, la información de todos los tiempos.

MÁS ALLÁ DEL EGO

Eres esa paradoja que no se resuelve con la mente
Eres la vida misma como el camino de la recta
tao mal entendido, la menor trayectoria entre dos puntos.

Esa mente está entre nosotros
Ese demente ágil y divisorio, nos separa
en el llanto adormecido.

Dilatación
Contracción
Contradicción
Contradicción es la norma que juega el juego de la ilusión.

Yasmín Navarrete

ÓSCAR CASTRO RAMÍREZ, EL TEATRO EN SU PROPIA VOZ

Actor, director teatral y dramaturgo, Óscar Castro Ramírez (1947-2021) dejó una huella imborrable, convirtiendo el desempeño sobre las tablas en una forma de vida y en un potente mensaje social. Ganador del Premio al Mejor Texto y Montaje en los Encuentros Charles Dullin en 1983 por La noche suspendida, le fue concedida en Francia, en 2018, la Orden de la Legión de Honor. Artífice del Teatro Aleph, en 2006 trazó en Apocatástasis una semblanza personal que, por su valor, volcamos en estas líneas.

Infancia. “Los papás se preocuparon de traernos a mi hermana y a mí a estudiar a Santiago para que nuestra educación tuviera aires capitalinos. Ellos pasaban la mitad de la semana en Santiago y la otra mitad en el campo. Debido a este ausentismo de nuestros padres vivíamos solos con una nana el resto del tiempo. Los alumnos de quinto y sexto humanidades hacían representaciones teatrales a fines de año. Cuando comencé a verlos me dije a mí mismo: eso es lo que quiero hacer cuando sea grande”.

Presidio. “Mi hermana y yo al menos estábamos encarcelados por ocultar a alguien que era buscado por los militares. Sin embargo, mi madre, que era una señora conservadora, más bien de derecha, y mi cuñado que era inocente también, terminaron engrosando la lista de desaparecidos de los que no nunca se supo hasta la fecha. Mientras estuve preso armé obras teatrales en forma permanente, lo que hizo que me mantuviera con espíritu positivo. Es una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida”.

Exilio. “Yo había estado antes en Francia con mi grupo chileno del teatro Aleph en el Festival de Nancy. Eso significó que cuando llegué exiliado conté con el apoyo de algunos artistas franceses. Inventé una modalidad teatral que promoví como chilena. En nuestro país no se practicaba un teatro de estas características, pero tenía claro que no podía llegar a competir con los franceses con un género artístico que ellos llevaban a la escena hace cuatrocientos años. Entonces decidí instalar un teatro donde la gente además de asistir a la obra pudiese participar del acto artístico bailando y comiendo”.

Francia y Chile. “Vivir en Francia me permite estar en contacto con la cultura de toda Europa sin temor a la distancia. Por ejemplo, fui a Grecia para solicitarle a Mikis Theodorakis que musicalizara una obra que escribí acerca de Pablo Neruda. Fue una experiencia extraordinaria. Sin embargo, en Chile descubro mi real identidad. El olor del campo chileno, con sus eucaliptos y sus sauces, me ofrecen una sensación de felicidad indescriptible. Es por eso que ahora navego entre las dos aguas: Francia y Chile”.

El arte. “Esto es igual que ser panadero: tienes que comenzar a amasar desde la madrugada y trabajar todos los días de la semana. No creo tanto en la inspiración como en la labor ardua y creativa”.

NARRATIVA

LOS CASCOS SOBRE EL TECLADO

El día en que cumplí aquella edad, me había obsesionado tanto con la idea de volver a cabalgar, que todos estaban pendientes de mis movimientos. Quien se ocupó más en vigilarme fue la menor de mis hijas; ella, pianista excelsa, me entretuvo casi toda la tarde con la excusa de tocar en mi homenaje esas que eran mis melodías predilectas; yo observaba inicialmente, sin mayor encanto, cómo se desplazaban sus dedos sobre el teclado cual si recorrieran el tiempo de extremo a extremo, sacándole al instrumento múltiples evocaciones e imágenes que, no obstante, me llevaban a una dimensión mágica que no podía evadir. Sus dedos blancos y largos, curvándose, extendiéndose, rehuyendo el obstáculo de las otras teclas y los silencios, me parecían caballos galopando, corriendo caudalosos y rápidos al roce de los paisajes que desaparecían en el color gris de la velocidad, por lo que jamás pudo desaparecer de mi mente la idea fija de correr por el valle, escapar sobre ese caballo que me iba a devolver, al cabo de esos cien años, la agilidad perdida y la sensación de romper los algodones del relajo para recuperar la libertad de antes. Aunque la música y su apariencia eran cautivantes, como lo eran también sus penetrantes ojos verdes, que a intervalos me buscaban desde su carita de aflicción bajo su pelo claro, semejante a una precipitación de agua sobre las piedras, como si también pulsara esas teclas, no pude dejar de pensar en eludirla; le dije que me retiraría a oírla reclinado en el sofá junto a la ventana, para que, aunque tocando de espaldas hacia mí, pudiera, sin embargo, oírla con comodidad.
Comencé a observarla y a sentir cómo la música llenaba la sala de una insuperable armonía; sus movimientos lentos, acompasados, acelerados a veces, parecían ir cabalgando también el transparente corcel de su infinita fantasía; a pausas, volvía la cabeza buscándome sobre el sofá, como un jinete que esquiva el viento; yo cerraba los ojos como si durmiera, o no quisiera sino oír y oír; oír solamente las notas saliendo de sus manos.
La música, al cabo de un rato, fue atenuando aquella intensidad como si esas yemas rosadas ap***s acariciaran con suavidad tibia el albo escenario de sus dedos. Entonces, como si faltara una brisa que hiciera más fresco el aire del pequeño salón, levanté la mano desprendiendo el picaporte; las bisagras rechinaron absorbidas por las notas, descubriendo enseguida que lo podía realizar todo en armonía con el ritmo y la cadencia de lo que salía del propio instrumento; y así fue que agregué por un momento los sonidos de la ventana y los del sofá a los acordes, creyendo enriquecer sus matices. Miré con sigilo hacia abajo, proyectando la vista hasta la tierra del corredor, para ver cómo desplomarme sin hacerme daño, encontrando antes de llegar al suelo algo que ondulaba blanco y cubría todo el panorama bajo lo cuadrado del marco.
La música se hacía más leve como si fuera a terminar de un momento a otro; en medio de la confusión no advertí la posición del animal; solo vi sobre su lomo la acinturada montura de color café brillante y unas trenzas de cuero bruñidas que salían por todas partes y acababan colgadas formando un rollo bajo los palos del techo. Miré sesgadamente hacia adentro; ella todavía tocaba suavemente como convidando al silencio; sobre el piano, también de color café brillante, había asimismo otra especie de monturilla de tono blanco en la que ondeaba la escritura de la música. Ella movía con lentitud su cabeza con la mano levantada como para dar el último golpecito con que la cuerda se sumergiría despacio y largamente en el mutismo del último movimiento.
Era el instante de dar el impulso; me sostuve, con toda la ya escasa y trémula fuerza de mis músculos, del borde de la ventana, y al tiempo que su dedo caía sobre la tecla negra, produciendo un sonido bajo y profundo, yo me derrumbaba encima de ese lomo blanco que se hico más blanco al reventar lo mismo que una ola.
El caballo comenzó una carrera que rajó el cielo; sus patas llevaban pegada la intensidad de sus acordes como si el piano pusiera en ellas la dentada armazón de un puente interminable que yo miraba prolongarse como un hilo saliendo tras sus caderas. Como había caído montado hacia atrás, no pude sino sujetarme fuertemente de la silla, y tendido casi sobre sus ancas empecé a perder el punto cada vez más pequeño de la casa y la gente que había salido al patio. Ahora aquellos dedos eran la desenfrenada y desbocada carrera de una cabalgadura que partía en mil divisiones los cristales sublimes de su sonido, desde la nota más sutil, como un silbido casi imperceptible y a la vez ensordecedor, hasta la más remota y ronca tronadura que casi vuelve a ser el propio silencio, y se sucedían así mismo las imprevistas formas desfilando hacia la desaparición como los vuelos de esas aves que se hunden en el punto oscuro de algún firmamento.
En mis orejas el viento helaba; sorteaba el piano los altibajos de la sorpresiva senda; los cascos rebotaban sobre el empedrado y los cristales roncos, claros, múltiples, únicos; trotando, corriendo, como un torbellino de libertad constelada. Empecé de pronto a sentir que mis manos se volvían más blancas y livianas y un perdido mechón de pelo negro volvía sobre mi frente y se sacudía contra mis ojos como un pájaro suave; el olor de la vegetación colmaba el aire de un primaveral aliento, acompañando a las notas que no cesaban de rozar mis oídos cada vez más claros.
De pronto, un acorde agudo, finísimo cual una aguja de aire, cruzó de lado a lado mis sienes; fue como si todo se agolpara contra mi cerebro; el caballo se detuvo repentinamente; sus patas parecieron enterrarse desapacibles y súbitas, elevándome por sobre otros muchos caballos que retozaban junto a un corredor, más acá de los objetos y las puertas. El salón de la casa olía a vino y a pan fresco; en un rincón, próximo a algo parecido a un piano, una niña blanca de profundos ojos verdes y pelo claro como una precipitación de agua sobre las piedras, volvía a intervalos la cabeza con su carita de aflicción, buscándome y desplazando sus largos y blancos dedos por el teclado.
Afuera, un caballo joven exhaló un relincho que congeló el viento del crepúsculo. Le dije que me quedaría a oírla recostado en el sillón junto a la ventana.

Luis Contreras Jara

CIELITO LINDO
(FRAGMENTO INICIAL DE LA NOVELA)

Recordar hace bien, digo yo, quitar de golpe esa comezón del espíritu que siempre estará allí para que no olvidemos quienes somos y fuimos, porque en la plenitud de la existencia necesitamos aferrarnos a algo, no solo algo tangible sino ap***s un lene velo que nos proteja de luces y falsas luminaria, caras, sombras: ecos de aquello que fue. Todo esto lo digo cuando pienso en la señorita Vicky, así, casi invisible, desleída, pero que pica y raspa las capas del alma. Evocar a la señorita Vicky es hablar de nosotros, de cada uno en particular: ella fue la estrella de la bandera, y no imagino a la bandera sin estrella. Pensando bien, la bandera sería “Cielito lindo”, este distinguido lupanar que fue hecho para que La Serena dejara de estar serena y palpitara y se estremeciera como debe ser, con toda la capacidad que disponemos. Amén. ¿El porqué del nombre? No lo sé. Ignoro cómo y cuándo surgió o si fue adquiriendo realidad sin darnos cuenta. ¡Cielito lindo! Todos los que saben cómo escapar de lo rutinario del desencanto, tristezas y escozores, llegan aquí como fantasmas desorientados en busca de una respuesta, de una tabla donde aferrarse… El Cielo está al alcance de sus manos…
¿La señorita Vicky era una p**a o una santa? Sus manos sangraban y también sus orejas y el habla era solo un murmullo que ap***s se escuchaba, una corriente helada de aire que traspasa, que nos hunde en un abismo sin términos. Ella podía escuchar las voces de los pájaros, de las hormigas y se apegaba a la tierra durante horas, y regresaba, siempre regresaba, pálida, muy pálida y temblorosa.
―La señorita Vicky era ap***s una sombra, eso dicen, pero tengo aún en mis manos el calor de su cuerpo y a veces escucho su voz que casi rasguña la quietud de la noche.

Thelma Muñoz Sotomayor

Dirección

Almirante Simpson 7
Santiago

Página web

Notificaciones

Sé el primero en enterarse y déjanos enviarle un correo electrónico cuando Alerce publique noticias y promociones. Su dirección de correo electrónico no se utilizará para ningún otro fin, y puede darse de baja en cualquier momento.

Contato La Empresa

Enviar un mensaje a Alerce:

Compartir

Categoría



También te puede interesar