23/06/2024
MIRADA ANINAL, ensayo de José Miguel Leiva
Una creencia campestre o ficción inocente que creí de niño es que los caballos duermen de pie. Este cuento no es del todo falso, claro, pero sí las explicaciones que me fueron dadas entonces. Decían que esta costumbre estoica e inconcebible, que ahora me recuerda la impresión que Bolaño definió como la “incomodidad legendaria” al ver a los oficinistas tomar café de pie en el Haití, tenía su causa en una limitación anatómica. Sin embargo, tiene que ver con una inconexión y una comprensión casi imposible, salvo para la etología, del instinto de un mamífero herbívoro. Los caballos no duermen siempre de la misma manera. En general, lo hacen cabeceando, luchan por mantener la conciencia ante el peligro de los depredadores oportunistas, del mismo modo en que lucha por mantenerse en pie un estudiante sonámbulo durante un viaje en bus a las cinco y media de la mañana, con las piernas siempre a punto de ceder. La mayoría de las veces, los caballos solo dormitan, pero cuando sueñan, lo hacen recostados e incluso acurrucados como un cachorrito cualquiera.
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