23/08/2021
Imagina qué sentirías si una pequeña nación controlara el flujo de agua global. Si cierra la válvula, el agua deja de correr en todo el mundo y todo se seca y muere. Si la abre, todos pueden hidratarse. Ahora imagina qué sentirías si esa pequeña nación, no controla el suministro de agua del mundo, sino el suministro de oxígeno del mundo. Si cierra la válvula, todos se asfixian; si la abre, el mundo puede respirar. El momento que esa nación cierra la válvula, ¿la “bendecirías”? ¿la amarías o la odiarías y querrías deshacerte de ella?
Si viéramos al mundo con los ojos de nuestros sabios, desde los días de la Torá, hace unos 35 siglos, pasando por los días de los profetas, los reyes, la escritura de El libro del Zóhar, la Mishná y el Talmud y todos los sabios que han escrito innumerables libros sobre el pueblo de Israel y su posición en el mundo, encontraremos algo en común: somos esa pequeña nación. Si abrimos la válvula, el mundo puede respirar, beber y vivir fácil y tranquilamente. Si cerramos la válvula, el mundo se asfixia, se seca y nos odia.
No lo hacemos a propósito, por supuesto. No pensamos en el mundo; pensamos en nosotros mismos. De hecho, pensamos sólo en nosotros mismos, ese es exactamente el problema. Estamos tan concentrados en nosotros mismos que no podemos soportar a los demás y nuestra división cierra la válvula por la que fluye hermandad y amistad en el mundo.
En otras palabras, nuestra división, nuestro odio mutuo, propaga el odio por el mundo. Refleja las relaciones de la gente, las hace chocar entre sí y nos culpa por sus peleas. Puede que nosotros no sintamos que provocamos sus golpes, pero los demás sí. Cuando nos acusan de ser responsables de todas las guerras, como dijo una vez el actor y cineasta Mel Gibson, no sólo desahogan su ira; lo dicen muy profundamente. Incluso si no lo dicen, aún lo creen.
Este ha sido el caso del pueblo judío durante más de treinta siglos y nunca cambiará. Nuestra única esperanza de mitigar la ira del mundo hacia nosotros, es hacer lo que ellos esperan: tomar la responsabilidad de las guerras del mundo, hacer la paz entre nosotros y dejar que brille la hermandad -que no hemos podido establecer durante los últimos dos milenios- con su luz en todo el mundo y, curarlo.
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