
13/11/2024
Recordando mi infancia en Armero
LA BONANZA DEL ORO BLANCO
En los finales de los años 60 y comienzo de los 70, en la ciudad “Blanca de Colombia”, reinaba un ambiente de blancura, algarabía y dinamismo porque la cosecha de algodón producía un cambio en el pueblo, grandes filas de camiones cargados de ramilletes blancos hacían fila para ser atendidos por los compradores de su maravillosa carga: federación de algodoneros, la cual se encontraba en la periferia del pueblo por la carrera 18, en la vía Honda.
Este acontecimiento me maravillaba porque esta larga cola de camiones me parecía un gran tren que llevaba consigo la belleza, la blancura y la tersura del algodón, siempre me ubicaba en la puerta de una pequeña tienda “La gran vía “que tenía mi madre cerca de la bomba Texaco de la 18, a no perder de vista los miles de camioneros que esperaban el turno para ser atendidos, se agolpaban a compartir experiencias y a la vez a saciar su incandescente sed, debido al intenso sol que abrazaba sus entrañas. Eran personas rudas, manos ásperas y curtidas por el calor y el trabajo que desempeñaban, yo, muy tímidamente me daba a la tarea de observar sus carcajadas y su gran bullicio que combinaban con expresiones fuertes, pero a la vez cargadas de felicidad.
La llegada de la cosecha representaba para mi hogar y el pueblo en general, prosperidad y mucha actividad económica porque se incrementaban las ventas y por ende mayor flujo de dinero. El algodón era la vida del pueblo pues tanto, jornaleros, camioneros, tenderos, comerciantes tenían mayores ingresos. Para esa época llegaba el circo, la rueda de chicago, que generalmente, se ubicaba en la cancha de futbol que quedaba a espaldas de la escuela 20 de Julio (donde hice mi primaria) y el Hospital San Lorenzo. Estas atracciones representaban para mí y mis hermanos, felicidad y alegría ya que mi madre nos llevaba a ver los payasos, los magos, acróbatas y malabaristas, a montar en los caballitos, en fin, era maravilloso estar en la temporada de cosecha.
Pasaba la cosecha y el pueblo y especialmente, mi hogar volvía a caer en la soledad, la depresión, la parsimonia y la escasez. Sin embargo, cuanto daría para que mi pueblo estuviera y yo pudiera recorrer sus calles llenas de árboles frondosos y hermosos que le daban frescura y armonía a nuestro querido Armero .