16/11/2024
VÍNCULO INVISIBLE ENTRE LA PRENSA Y LA POLÍTICA:
"UN JUEGO DE INTERESES Y PODER"
En el complejo panorama de los medios de comunicación, la relación entre la prensa y la política podría haberse entendido como una danza de intereses, influencias y, en ocasiones, contradicciones. Bajo gobiernos municipales pasados, el reparto de la pauta publicitaria podría haberse realizado de manera proporcional, un sistema que otorgaría a cada medio su parte de acuerdo con la audiencia que generaría. En ese escenario, algunos medios de comunicación de la ciudad podrían alinearse de manera explícita con el poder político, sin importar el partido o la ideología que estuviera al mando. Otros, sin embargo, podría mantener su independencia editorial, aunque no por ello dejarían de reflejar, en sus líneas y enfoques, las tensiones y discrepancias inherentes a cualquier sociedad plural.
La estructura mediática, de este modo, siempre habría sido diversa: existirían medios oficialistas, aquellos que operarían con un enfoque crítico o incluso antagonista hacia el poder, y también aquellos que se mantendrían neutrales, fieles a su línea editorial sin importar los cambios en el gobierno. La pluralidad en la prensa parecería ser una constante, pero lo cierto es que, detrás de esta aparente diversidad, se escondería un vínculo complejo entre la política y la información. Este vínculo no sería nuevo, ni mucho menos accidental; sería, más bien, el resultado de un pacto tácito entre los actores del poder y los medios. El intercambio sería claro: "Te doy, me das algo". Y ese algo, no siempre explícito, sería el beneficio mutuo que garantizaría que tanto el gobierno como los medios pudieran sobrevivir y prosperar en un mundo donde la influencia, la audiencia y el control de la narrativa serían elementos cruciales.
En la actualidad, sin embargo, podría haber un cambio sutil pero significativo en el modo en que este pacto se llevaría a cabo. Más allá de la tradicional repartición de la pauta, la percepción generalizada sería que existiría un doble discurso, un tinte ideológico que teñiría las noticias y la cobertura informativa, dependiendo de quién ostentara el poder en el gobierno municipal. Los medios, que deberían actuar como faros de la objetividad y la imparcialidad, podrían adoptar posturas más marcadas, algunas veces alineándose de forma evidente con los intereses del gobierno y otras, limitándose a criticar ciertos aspectos de su gestión, de acuerdo con las inclinaciones ideológicas o políticas que prevalecerían en su dirección editorial.
El hecho sería que, para aquellos que aún conservaran una visión neutral y objetiva, sería cada vez más fácil identificar la parcialidad en la cobertura informativa. Bastaría con observar cómo se presentarían las noticias y qué se resaltaría o minimizaría. Los matices, las omisiones, y el énfasis en ciertos temas serían elementos clave que permitirían distinguir, incluso para un observador casual, a qué grupo se favorecería y a quién se excluiría. Este fenómeno no sería exclusivo de un gobierno o un medio en particular; sería, más bien, el reflejo de una dinámica profundamente arraigada en la relación entre la prensa y el poder político. La pregunta que surgiría, entonces, sería: ¿cómo podría la ciudadanía confiar en una prensa que parecería, cada vez más, amoldarse a las exigencias de quienes detentaran el poder?
La respuesta, tal vez, se encontraría en un modelo de periodismo que recuperara su autonomía y se alejara de los intereses partidistas. Si bien la política siempre tendría un impacto sobre la información, la ética y la objetividad serían los principios que guiarían a los medios, sin ceder ante presiones o favores del poder. En este sentido, la verdadera labor de la prensa sería hacer justicia a la sociedad, no solo informar sobre lo que sucedería, sino también cuestionar, investigar y profundizar en los temas que realmente importarían, sin temor a represalias o acuerdos políticos subterráneos.
Al final, la prensa y la política siempre irían de la mano. No sería solo una cuestión de economía o intercambio de favores, sino también de poder y control. En un mundo ideal, los medios serían los guardianes de la democracia, pero, lamentablemente, no siempre sería así. La clave estaría en el equilibrio: en reconocer la necesidad de una prensa libre que actuara como contrapeso al poder, mientras se resistirían las tentaciones de caer en la trampa del doble discurso o el favorecimiento político. Solo así se podría garantizar que la información siguiera siendo un derecho y no un bien sujeto a la manipulación del poder.