05/12/2023
Cuenta la historia que había una vez un pequeño pueblo en donde la gente no era feliz, pero vivía en estado de felicidad.
Sus habitantes buscaban el bien común y por naturaleza siempre estaban dispuestos a ayudar a su prójimo. Y digo había porque después llegaron ellos.
Ellos.
Los hombres grises.
Llegaron disfrazados con ideologías variadas, con trajes costosos y sus espíritus baratos. Llegaron y el pueblo cambio para siempre.
Casi como en una nueva conquista, estos seres grises se propusieron gobernar y ser dueños y señores del pueblo y así, la verdadera libertad de vivir dejo de ser un derecho.
Mientras los hombres grises gobernaron el pueblo lentamente creció, pero con muchas desigualdades.
Si bien construían escuelas, monumentos y viviendas, descuidaban la educación, la cultura y la familia.
Si bien prometían trabajo con grandes elocuencias, la verdad era que los jóvenes cada vez tenían menos posibilidades.
Si bien prometían progreso, detrás de ellos solo quedaba cada vez más hambre y miseria.
Mientras tanto, ellos se enriquecían.
Acopiaban los esfuerzos de todo el pueblo para beneficio de ellos y sus familias y amigos que también eran de color gris.
De vivir en felicidad, el pueblo paso a sobrevivir en zozobra.
Pasaron los años y algunas personas del pueblo maravilladas con el progreso de los hombres grises, dejaron de soñar sus sueños propios, y quisieron entonces ser como ellos.
Pero no era tan fácil, debían endurecer sus voluntades y cerrar sus ojos y oídos para siempre.
De esta manera los hábiles y manipuladores hombres grises los convirtieron en enemigos de su propio pueblo pagándoles con las migajas de sus sobras su obligada lealtad.
El color gris entonces comenzó a tener todo el poder casi sin estar ya cerca de la gente. Cada tanto cambiaban sus lemas de batalla profesando "estar con un pueblo que poco a poco llego a desconocerlos".
Mientras que los seres grises (que eran pocos) tenían mucho, había en el pueblo otros muchos que tenían muy poco.
Así, los habitantes que desconocían el verdadero color de sus gobernantes. se fueron acostumbrando a un estado de sobrevivir el día tan lejos de aquella tranquilidad que sus antepasados habían tenido.
Para que esto pasara, los seres de gris compraron las voces de todos aquellos que sus migajas podían comprar. Compraron el deber de los periodistas, la ética y la moral de las asociaciones laborales, compraron las voluntades de los representantes de la fe, y así tanto (y de a poco) que ya no quedo nadie sin bozales de dinero que pudiera hablar de ellos y de la realidad en aquel pueblo.
Habían tomado inteligentemente el control de la política, de la sociedad y sobre todo de la verdad. Pasaron los años y las nuevas generaciones jóvenes también se acostumbraron a vivir en la dependencia de los hombres grises.
Sin trabajo digno ni una educación suficiente, sus esperanzas no pasaban del día a día. Luchaban como todo ser humano por progresar cada día, pero todos sabemos que los sueños en la pobreza o son pequeños o duran poco.
Empezaron de a poco a creer que el color gris era la única salida.
Un día, uno de los habitantes que tenía poco cansado de los hombres grises se animó a lo que nadie se animaba. Grito tan fuerte como pudo. Algunos se sumaron a su voz. Y juntos gritaron tan fuerte como pudieron.
Pero el poder de los hombres grises los acalló sin dudarlo.
Algunos de ellos murieron en el camino gritando palabras ahogadas en su sangre. Otros debieron escapar a otras tierras por su vida. Los pocos que quedaron por mucho tiempo lloraron en las sombras la impotencia y la soledad de su lucha.
Pero no todo es desesperanza en esta historia.
Aun sin tener nada, los pocos que habían enfrentado a los hombres grises y murieron o se escondieron dejaron mucho. Dejaron su voz resonando en el corazón soberano del pueblo que no tenía mucho pero necesitaba tanto..
Poco a poco algunos fueron tomando sus banderas para luchar contra los hombres grises. Algunos fueron presos de la ambición y se vendieron cayendo en sus manos. Otros siguieron en la lucha.
Sin dudarlo pronto los gobernantes grises buscaron invisibilizarlos con adjetivos tratando de que todo el pueblo los llamara vagos, revoltosos, ilegales, etc.
Hicieron hasta lo imposible y según cuentan... lo siguen haciendo.
Así, con mentiras disfrazadas de verdades, trataron de poner a los pocos que alzaban la voz de un cambio en contra del pueblo. A los pobres contra los pobres.
Intentaron con una grotesca elocuencia convencer a todos de que el pueblo estaba bien y que cuanto más progreso se lograba para los pocos que tenían mucho, más migajas quedarían en el suelo para los muchos que tienen poco.
Inventaron circos, ferias y parques de diversiones de su propiedad donde los que tienen poco pudieran usar esas migajas, y sentirse (como todo pobre), feliz por un momento.
Pronto los muchos que no tenían nada cansados protestaron y alzaron otra vez sus voces intentando decirle al pueblo entero que eso estaba mal… Que quitarle al que tiene menos para darle a los que tienen más no era correcto.
Que no era correcto menospreciar a la educación por encima de los intereses políticos, los egos personales o el dinero.
Que no era correcto comprar y vender voluntades por un voto cuando lo que muere es la dignidad de toda la sociedad en esa transacción.
Que no era correcto menospreciar a los trabajadores que dejan la mitad del tiempo de su vida en sus oficios ofreciéndoles salarios miserables que no pagaran jamás sus sueños de vejez.
Les dijeron también que no era correcto olvidar el esfuerzo de los ancianos del pueblo, convirtiéndolos en el abono de sus propias intenciones partidarias, políticas y económicas.
Los pocos que no tenían nada hablaron.
Algunos escucharon y entendieron.
Otros no.
Muchos siguieron y seguirán viviendo sus días consumiendo las migajas envueltas en bolsitas grises pre electorales intentando pintarse de un color del cual jamás podrán ser.
Lamentablemente esta historia no tiene un solo final… porque a la historia la seguimos escribiendo todos los días...
Pero elijo de todos los finales posibles este:
*Había una vez un pueblo, que se dio cuenta que quien no nace gris nunca será gris y la mayor traición es traicionar a si mismo. Un pueblo de gentes que eligió creer que todos (los pocos y los muchos) merecemos tener grandes esperanzas.
Había una vez un pueblo, que escuchó la voz de los muchos que como ellos que tenían nada... y en busca de su felicidad y futuro... empezaron a pensar en ellos mismos, valoraron su esfuerzo y dejaron de creer para siempre en los hombres grises.*
(AC)