Al principio fueron preguntas (somos periodistas): ¿Y si estuvieran equivocados? ¿Y si la “conversión digital” fuera una trampa mortal para los diarios? ¿Y si los dueños de los medios se equivocaron al invertir a diestra y siniestra en las aplicaciones, sitios web y redacciones multimedia? ¿Y si las fantasiosas cifras de páginas vistas y la extraordinaria concurrencia de los títulos de prensa transformados en “marcas mediáticas” fueran una gran estafa? ¿Y si la reclamada muerte del papel no fuera tal? ¿Y si armamos una página web?
Esas preguntas fueron el punto de partida de Semanario, cuando la idea de “refundar” un medio de tinta y papel histórico (con una edición digital asociada), surgió en las cabezas de quienes hoy celebramos casi cuatro años de existencia en el micromundo de la prensa local.
“¿Otro medio más?”, “Junín está saturada de páginas de información”, “Es imposible competir con dos diarios instalados”… y varias más del mismo tenor, fueron las frases vedette que enmarcaron la segunda etapa del proyecto, cuando comenzamos a recoger la opinión de los “especialistas” en la materia.
Sin embargo, seguimos adelante, convencidos de que no estábamos amenazados por un exceso de información sino por un exceso de insignificancia: el periodismo que distrae y aturde, que admite todo y lo contrario de todo. Y eso nos alentó.
Tanta energía frenada o inutilizada no pidió más que ser liberada, más aún cuando vimos una cruel carencia de proyectos a su altura. Y, humildemente, creemos haber zanjado un poco ese faltante emprendiendo la ruta y atravesando los campos. Y observando a nuestro alrededor. Y hablando con los lectores abandonados por la prensa, sedientos de un proyecto que les hable.
Como si esa carencia de proyectos se cifrara alguna extraña clave del éxito, fuimos observando que el periodismo escrito local había simplificado su discurso hasta la exasperación, llegando a utilizar hoy una porción ínfima de las herramientas narrativas y del lenguaje disponibles, que desencadenó y forjó, en palabras de Martín Caparrós, la paradójica figura del “lector que no lee”: los medios borraron de sus páginas buena parte de los reportajes, grandes entrevistas, e investigaciones, creando un panorama saturado de textos cada vez más cortos, más simples, menos desafiantes.
La única premisa, meses antes de sacar a la calle el primer número de Semanario (2 abril de 2016), fue trabajar obstinadamente y nada más. Ir a ver, dar testimonio; buscar, confrontar, cuestionar. Dudar, verificar, entender. Y luego contar lo que se vio y se entendió y encontrar las palabras para contarlo y hacer sentir, ver, comprender. Es fácil, es difícil, es fundamental. Es un arte.
El periodista polaco Ryszard Kapuscinski llamó periodismo de rebaño al que se hace sin criterio propio y de acuerdo con lo que hacen los demás para neutralizar la fuerza y calidades de la competencia. Por eso las conferencias de prensa se convierten en la principal fuente de información, los cronistas se juntan en los mismos sitios y alrededor de los mismos personajes y todos reproducen las mismas gacetillas y comunicados. El resultado es que la información en todos los medios es la misma y que cualquier periódico o noticiero da lo mismo, porque todos son prescindibles.
Desde el punto de vista comercial esto debería alarmar y exigir un análisis y correctivos y desde el punto de vista ético, esta práctica del periodismo uniformado niega los valores básicos de compromiso con la verdad, porque no hay una búsqueda exigente de ella, y desaparece la independencia puesto que predomina la resignación a la mediocridad y a lo que quieran informar las fuentes mientras la responsabilidad para con el lector y con la sociedad se mantiene en sus niveles más bajos: no se les da lo que se debe, sino lo que resulta más fácil.
Una agenda propia significa, desde luego, una búsqueda independiente de temas que respondan al interés de los lectores, o temas propios que, cuando aparecen publicados, le dan al medio una personalidad fuerte e identificable.
Para hacer esto es necesaria una actitud de independencia respecto de la lógica comercial que ordena ofrecer lo que más gusta, y la adopción de una lógica de servicio al lector, que impone entregarle la información que más le sirve. Cuando esto sucede se materializan los principios éticos de la profesión.