11/10/2024
LA FORMACIÓN DEL BINOMIO: UNA MIRADA DESDE LA PSICOLOGÍA Y LA ETOLOGIA
Estamos asistiendo al nacimiento de la equitación del tercer milenio y es aquí, precisamente, donde la etología equina parece encontrar un lugar de preferencia.
Sin duda, todos los amantes de los caballos desean llegar a establecer con ellos una relación armoniosa, pero para esto, es imprescindible conocer la naturaleza humana y, cómo piensan y se comunican corporalmente los equinos. Lograr la formación de un binomio es una de las cosas más gratificante en cualquier disciplina ecuestre y éste se da, sólo, cuando la conexión con el equino se basa en conocerlo a él y darse a conocer a él, y aceptar que la equitación no es de fuerza, es de concentración, de balance y de equilibrio.
El caballo funciona como un espejo, la forma en que nos acercamos a él y la forma en que responde a esos acercamientos varía según las características de la personalidad del jinete y de los estados emocionales que presenta en el momento del encuentro. Para que el jinete pueda alcanzar una comunicación equilibrada con su caballo y desarrollar destrezas y habilidades ecuestres, es fundamental que tenga conocimiento de las características psicológicas de su personalidad, de sus cambios emocionales y, particularmente, conocer la mente del equino. Es por tal motivo que, en la práctica de cualquier actividad ecuestre se debe tener en cuenta el comportamiento y el instinto de dos seres vivos que entran en juego en una relación bidireccional, por una parte el caballo, en su calidad de presa, y por otra el hombre en calidad de predador.
En el siglo XIX, Charles Darwin postulo su teoría sobre la evolución que paso a ser una realidad científica con los descubrimientos posteriores de la biología y la genética y, que se aplica en su totalidad tanto a la especie humana como a los demás animales y plantas. La evolución natural selecciona los individuos de cada especie que tienen una mayor descendencia, pues, el animal que ha tenido más descendencia está dotado de características físicas y conductuales que le han permitido sobrevivir y reproducirse con mayor éxito. En otras palabras, en la lucha por la vida el mejor adaptado es el que sobrevive y se reproduce, y esa adaptación yace en el medio ambiente, es decir su hábitat. La influencia del entorno en la selección de los individuos con características particularmente útiles es lo que produce la constelación de características que vemos en una especie.
Los caballos son herbívoros, y como tales animales de presa, que han evolucionado a lo largo de millones de años acentuando los sistemas de supervivencia adquiriendo un aparato auditivo muy desarrollado, una visión muy sensible a los movimientos con ojos situados a ambos lados de la cabeza para tener una buena percepción del entorno, patas largas y gran caja torácica para huir y, además, se organizaron en manadas. En estado salvaje, los caballos se organizan en dos tipos de manadas, a saber: un tipo de manada consta de un semental dominante, yeguas acompañadas de potrillos y potrancas de distintas edades y una yegua líder. El otro tipo de manada la integran los solteros, que son machos maduros e inmaduros que no han sido capaces de tener una yegua para formar su propia familia y compiten por el liderazgo pero, a pesar de llevar una vida muy estresada por dicha competencia, igualmente permanecen ligados al grupo para sobrevivir. Es posible afirmar, entonces, que los deseos naturales de los caballos son encontrar comida, agua y cobijo, formar parte de una manada y reproducirse, pero aún con la domesticación, los caballos conservan los deseos innatos del caballo salvaje.
Físicamente, los caballos están adaptados para vivir en casi todos los terrenos, pero estas adaptaciones físicas serían inútiles si su mente no se adaptara de igual modo. Un caballo salvaje que no le temiera a los depredadores o que no pudiera recordar el camino para llegar al agua, moriría en poco tiempo, de la misma manera que se perdería su especie si no supiera aparearse. Por ello, así como la selección natural conforma huesos, músculos, órganos internos y piel para adaptarse a un determinado modo de vida, determina el comportamiento para que la adaptación mental este en consonancia con la adaptación física.
La psicología y la conducta de los humanos también pueden ser entendidas conociendo su historia evolutiva. En las últimas décadas se ha desarrollado un área nueva de investigación que se encuentra a medio camino entre la biología y la psicología, y que se denomino Psicología Evolucionista por procurar comprender el modo en que la evolución humana, desde los primates más primitivos hasta el homo sapiens sapiens, ha influido en las características y funcionamiento del psiquismo humano y su conducta.
El ambiente en el cual se desarrolló la evolución humana, desde la separación del homínido de la rama común antropoide, permaneció más o menos constante durante casi 5 millones de años. El acontecimiento que produjo tal separación fue la progresiva desaparición de los bosques en África, por lo que algunos antropoides bajaron de los árboles, se organizaron en grupos y comenzaron a cazar. Durante millones de años hemos vivido en grupos pequeños en la sabana cazando y recolectando. Todo lo que nos separa de los demás primates se debe a esa exposición prolongada a un ambiente estable en el que nada significativo ha ocurrido desde entonces, ni el suficiente tiempo, como para rediseñar nuestro cerebro y adaptarlo a la vida moderna.
De alguna manera, seguimos teniendo una mente de la edad de piedra, ya que se ha formado a lo largo de millones de años y la vida de cazadores-recolectores la abandonamos hace escasos miles de años con la invención de la agricultura. La arquitectura del cerebro es compleja y está codificada en los genes, por tanto, una modificación de esa arquitectura que re-cablee significativamente el cerebro de forma exitosa, necesita la mutación coordinada de todos esos genes, lo cual exige cientos de miles de años sometido a la misma presión adaptativa, es decir, el mismo ambiente.
No debemos confundir la evolución biológica con la evolución social. Los seres humanos somos genéticamente similares, más allá de las diferencias culturales, y por tanto tenemos básicamente las mismas respuestas y comportamientos básicos. La vida moderna, en teoría, existe porque satisface mejor nuestras necesidades, aspiraciones y deseos, pero nuestros instintos no están adaptados a esa vida, por lo que muchas de nuestras reacciones no obran a nuestro favor. De la misma manera que la vida en sociedad exige un control de nuestros instintos la conexión del jinete con el caballo requiere del mismo esfuerzo para construir el binomio.
Para explicar el comportamiento actual de la humanidad, la Psicología Evolucionista hace referencia al pasado. Según esta disciplina, la mente es un sistema constituido por múltiples subsistemas de procesamiento de información que fueron diseñados por la selección natural para resolver problemas adaptativos encontrados por antecesores humanos recolectores y cazadores. De esta manera, los comportamientos que favorecen la supervivencia y la reproducción tienden a dominar el acervo genético. Pero, que ciertos comportamientos hayan resuelto problemas en el pasado no significa que generen un comportamiento adaptativo en el presente. En otras palabras, funcionamos biológicamente a un nivel de existencia básicamente de cazador-recolector, y sin embargo, la vida civilizada nos pone muchas restricciones sobre estos impulsos biológicos. Cabe señalar también que, las jerarquías de dominancia masculina que pudieron haber sido útiles en el pasado prehistórico, son menos aceptables en muchos países occidentales industrializados.
Por lo general, las mujeres se relacionan con los caballos de una manera diferente a los hombres. Estas diferencias se vinculan con el concepto de “dismorfismo sexual humano”. Dado el enorme costo biológico de la gestación y crianza del bebé, las mujeres se han especializado en la recolección mientras que los hombres se han especializado en la caza. Ambas actividades exigen distintas habilidades, y son estas habilidades muy bien detectadas por un ser tan perceptivo como el caballo. Los hombres, a menudo, están preocupados por mostrar al caballo su fuerza de macho dominante y están menos dispuestos a buscar una relación armoniosa. Sienten que deben someterlo a su voluntad como si fuera un automóvil.
El vínculo que se genera entre un niño y un caballo es especial, propio del carácter de ambos. El caballo es un animal noble y sensible, que percibe lo que muchos humanos pasamos por alto, y los niños no poseen las expectativas que los adultos, se muestran menos tensos y no representan para este herbívoro el peligro de un depredador, siendo la energía que transmite un niño a un caballo más pura.
El contacto con el caballo puede ser optimizado con la aplicación de técnicas de autocontrol. Cuando el jinete se relaciona con él, debe tener la capacidad de demostrarle que es el líder que necesita y que a su lado no corre peligro. Las actitudes del jinete responden a su personalidad y son percibidas directamente por el caballo. Cuando el jinete se conoce a sí mismo y reconoce la primigenia naturaleza salvaje de su caballo puede llegar a modificar actitudes inadecuadas y de este modo lograr una comunicación armónica.
Por lo general nos manejamos en nuestro mundo desde la razón, el estatus social, la cultura, las cosas materiales, etc. Pero a los caballos nada de esto les sirve, nos aceptan por cómo respondemos corporalmente ante ellos, por nuestra humildad, por la seguridad que les mostramos y, nos rechazan por nuestra agresividad, por cosificarlos. Los equinos no son cosas, no son objetos sino sujetos de la misma manera que lo somos los humanos. Aceptar la subjetividad equina es reconocer al caballo como un igual. Pero reconocerlo como un igual, como sujetos que somos, no implica negar las diferencias entre las dos especies.
La relación con los caballos no es gratuita, hay que ganársela, por ello es una de las situaciones más emocionantes en la formación del binomio. Cuando el caballo nos reconoce como a un igual, nos acepta como parte de la manada y nos respeta como guía, estamos en condiciones de afirmar que esta relación es armoniosa.
La formación del binomio implica un trabajo paso a paso que supone enfrentar nuestros miedos, controlar nuestras conductas ancestrales de predadores y aprender a usar nuestro cuerpo como instrumento de lenguaje, del mismo modo que es usado por ellos en la comunicación. Los equinos aprenden a comunicarse corporalmente junto a sus pares en la manada y dado que no pueden aprender nuestro lenguaje verbal, somos los jinetes quienes estamos obligados a aprender su lenguaje corporal para armonizar el vínculo.
Estaríamos en condiciones de afirmar, entonces, que, el encuentro de dos disciplinas como la Etología equina y la Psicología evolucionista es posible y necesario para la formación del binomio caballo - jinete.
Dr. Gerardo Fasolino
Médico Especialista en Psiquiatría
Jinete